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Y la pequeña expedición, que sólo iba a la descubierta, sin haber hecho preparativos de guerra, huía río abajo despavorida por esta tragedia. El duro Oviedo, historiador y hombre de combate, apenas se apiadaba del infortunio de Solís al hacer su relato. Le parecían naturales estas catástrofes siempre que se enviasen hombres de mar al descubrimiento de las nuevas tierras.

1 El vaquero de Granada, de D. Juan Bautista Diamante. 2 La dicha del carbonero y Lorenzo me llamo, la nueva, de D. Juan de Matos Fragoso. 3 Hay culpa en que no hay delito, de D. Román Montero de Espinosa. 4 El mancebo del camino, de D. Juan Bautista Diamante. 5 Los sucesos de tres horas, de Luis de Oviedo. 6 Fiar de Dios, de D. Antonio Martínez y D. Luis de Belmonte.

Pronto se borró por completo. Quedó en tinieblas. Entonces cayó de rodillas y oró con fervor, pidiendo á la Virgen su salvación. Oró hasta que no pudo más y al cabo cayó deshecha sobre el duro suelo y quedó dormida. Y soñó en poco tiempo multitud de cosas. Creía estar en Oviedo en los salones de Valledor. De pronto se abría la puerta, aparecía un hombre y preguntaba por ella.

Román Montero. Antonio de Nanclares. D. Tomás Ossorio. Sebastián de Olivares. Luis de Oviedo. Alonso de Osuna. Marco Antonio Ortiz. D. Francisco Polo. Dr. Martín Pegión y Queralt. Tomás Manuel de la Paz. José de Rivera. Jusepe Rojo. José Ruiz. El maestre Roa. Maestro Fr. Diego de Rivera. Bernardino Rodríguez. Felipe Sicardo. Bartolomé de Salazar y Luna. Vicente Suárez. Fernando de la Torre.

Liñan hizo algunas y yo las vi: del Cid eran dos, una de la Cruz de Oviedo y otra que llamaban la Escolastica, de Brabonel tambien, y de un Conde de Castilla: no se que escribiere otras: De Lupercio hubo algunas tragedias, pienso que buenas, lo que permitió aquel siglo en que ni los ingenios eran tantos ni los ignorantes tan atrevidos....... Se entretuviera mucho V. E. viendo tanto representante con el luto en los estómagos que es cosa lastimosa.

En cuanto el tío Roque cerró el ojo, los rapaces vendieron al capitán los prados y las tierras y embarcaron en Gijón para la Habana: las rapazas se fueron á servir á Oviedo: el tío Meregildo, que mientras vivió su hermano fué buen paisano, comenzó á dormir en las tabernas hasta que hundió lo que tenía... En fin, ya lo sabes; allí ya no hay más que unos cuantos establos.

Antero pensaba que su tío era una buena persona, un militar valiente, pero algo «arrimado á la cola». D. Félix consideraba á su sobrino, á pesar de los triunfos académicos que ostentaba, como un joven superficial, uno de tantos abogados charlatanes como producía la universidad de Oviedo. ¡Qué diferencia entre estos mocosos que hablaban de todo con impertinente suficiencia y aquellos varones antiguos como su primo César, tan reposados, tan profundos, tan macizos!

El tío Goro dirigió una mirada de reprensión á la indiscreta zagala. Cuando ésta se hubo alejado, D.ª Beatriz se despidió sin consentir que nadie la acompañase, dejando ordenadas todas las medidas necesarias para que Demetria se trasladase en breve plazo á Oviedo. El desquite.

Naturalmente Flora acudía pocos minutos después á Canzana tan roja por el placer como por lo agrio de la pendiente, abrazaba estrechamente á Demetria, la besaba, la pellizcaba y la mordía. Y lo que es menos natural, pero no menos cierto, poco después convencía á su padre de que debía montar inmediatamente á caballo y trasladarse á Oviedo y manifestar á sus cuñadas que aquello ya no tenía remedio.

La suya se había muerto de un segundo ataque de epilepsia al pasar por Oviedo de regreso de Candás. Fué un capitán del batallón de Pontevedra el autor de aquel fiero desaguisado. Festejó rendido á D.ª Beatriz mientras estuvo de guarnición en Oviedo; ganó también el favor de su madre D.ª Leonor, viuda de Moscoso, y de D.ª Rafaela su hermana.