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Yo algunas veces, por desesperar a doña Romualda, que es la directora de mi colegio, le decía: De mejor gana aprendería con el Padre Urtazu, que con usted. ¡Y ahora pronunció Artegui, con la brutal curiosidad de unos dedos que abren a viva fuerza un capullo de flor , sería usted más feliz que nunca! ¡Digo! ¡Casarse nada menos!

Antes de que la señora directora haya tenido tiempo de manifestar su opinión, otra señora de cierta edad se precipita en la estancia como un tanque; es la señora Labron, que anuncia la cuarentena tan verídicamente como si tuviera la fiebre amarilla a su lado.

Mientras trazaba y preparaba doña Inés todo esto en favor de Juanita, de quien se había declarado protectora y directora, su cariño hacia la protegida y la discípula iba creciendo más y más, dando de raras muestras y combinándose en él lo sagrado y lo profano.

En un balcón, con sus dos hermanas mayores y la directora, estaba Sol del Valle. En otro, con un vestido que la hacía parecer como una imagen de plata, una linda imagen pagana, estaba Adela. Más allá, donde Sol y Adela podían verlas, ocupaba un ancho balcón, amparado del sol por un toldo de lona, Lucía con varias personas de la familia de su madre, y Ana.

Aquella vez que doña Andrea, sin los miramientos que en el caso de Juan habían más tarde de impedírselo, cubrió de besos la mano de la directora, quien la trató con una hermosa bondad pontificia, y como una mujer inmaculada trata a una culpable, tras de lo cual se volvió muy oronda a su colegio, en su arrogante coche.

Yo no te digo que vengas a mi balcón, porque.... Yo que vas al balcón de la directora.

La niña lo tenía, en efecto, comprometido con el conde de Agreda; mas al oir la demanda de Castro, sintió tales deseos de acceder a ella, que con sorprendente audacia respondió que . La duquesa designó como dama directora a la condesa de Cotorraso, a la cual se unió Cobo Ramírez. Este se imponía en todos los bailes como habilísimo director de cotillones.

Y Pedro, de otras mujeres tan temido, era con la mayor tranquilidad puesto por Sol, ya a que le leyese la Amalia de Mármol o la María de Jorge Isaacs, que de la ciudad les habían enviado, ya, para unos cobertores de mesa que estaba bordando a la directora, a que devanase el estambre. , , hoy estaba muy hermosa. Dime, , espejo: ¿la querrá Juan? ¿la querrá Juan? ¿Por qué no soy como ella?

Belén se había puesto a charlar por lo bajo con una monja llamada Sor Facunda, que era la marisabidilla de la casa, muy leída y escribida, bondadosa e inocente hasta no más, directora de todas las funciones extraordinarias, camarera de la Virgen y de todas las imágenes que tenían alguna ropa que ponerse, muy querida de las Filomenas y aún más de las Josefinas, y persona tan candorosa, que cuanto le decían, sobre todo si era bueno, se lo creía como el Evangelio.

Ni sabía Sol por quién le preguntaba. No: Sol no había visto a nadie. Iba muy contenta. La directora la había tratado con mucho cariño. , Pedro Real había estado; pero no a saludarla: nadie había subido a saludarla. La habían mirado mucho. Decían que el cónsul francés había dicho una cosa muy bonita de ella. Pero al salir, no, no vio a nadie.