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Actualizado: 1 de junio de 2025


Todo lo que no era súbito y heroico le dejaba impasible, sintiendo en mismo una confianza, una certidumbre absoluta de alcanzar de un golpe los honores más altos y de llegar a ser, en poco tiempo, uno de los primeros paladines de la Fe Católica en la tierra.

Huelga decir que así creo yo en estas patrañas como en las consejas de vestiglos y gigantes; pero, si he de hablar cabalmente, no encuentro que la simple curiosidad baste a explicar vuestros cotidianos paseos por la morería. Contrajo su labio el mancebo con un gesto de cólera, y la sangre encendiole de súbito el rostro. ¿Qué hacer?

Que vengan, que vengan a buscarte aquí. Como cierva herida a traición por una saeta, brincó Lucía al sonido de aquellas palabras, y abriendo los ojos y pasándose la mano por la frente, quedose de pie ante Artegui, mirando a todos lados, encendidas por súbito rubor las mejillas y clara ya la mirada y el entendimiento.

Al mismo tiempo llevó la mano al bolsillo en busca de la cartera. Su semblante, que sonreía con la expresión triunfal del que lleva en el bolsillo la llave de todos los goces de este mundo, se contrajo de pronto. Una nube de inquietud pasó súbito por él. Buscó con afán. La cartera no estaba en aquel sitio. Pasó a los demás bolsillos. Lo mismo. ¡F....! ¡me han robado la cartera!

Fué en ese momento cuando Old, que iba adelante, vió tras el alambrado de la chacra a míster Jones, vestido de blanco, que caminaba hacia ellos. El cachorro, con súbito recuerdo, volvió la cabeza y confrontó. ¡La Muerte, la Muerte! aulló. Los otros la habían visto también, y ladraban erizados.

En la pequeña cámara de Morsamor, que estaba sobre cubierta, no parecía posible que hubiese capacidad bastante para que en ella se ocultasen muchos hombres armados. En ella, no obstante, estaban hacinados y apretados Tiburcio y su tropa. De súbito abrieron la puerta de la cámara y salieron con inaudita rapidez.

Las ovejas, acometidas súbito de agitación insana, se pusieron a saltar y encabritarse cual si escuchasen los sones de un caramillo encantado. Ni las pedradas ni los halagos lograron retener a una gran parte de ellas.

De súbito, se echó hacia adelante invocando a Dios para que la matara en el acto, y desalentada e inerte cayó de cara contra el pupitre del maestro, llorando y gimiendo, como una Magdalena. El maestro la alzó suavemente esperando a que se le pasara el paroxismo de la primera excitación.

Asaltado por súbito pensamiento, se agachó hacia el cadáver, y desciñendo las agujetas, sacó de entre el jubón y la ensangrentada camisa un billete sin sobrescrito. Lo desplegó. La claridad era débil; pero, al mirar hacia el cielo, observó que la luna iba a pasar muy pronto tras una grieta de las nubes.

Doce campanadas saludaron la entrada del Año Nuevo. Todo desapareció de súbito á los ojos de Pacorrito: Princesa, palacio, muñecos, emperadores, y se quedó solo. Se quedó solo y en obscuridad profunda. Quiso gritar y no tenía voz. Quiso moverse y carecía de movimiento. Era piedra. Lleno de congoja esperó.

Palabra del Dia

irrascible

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