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¿Me amáis?... Me casé sin amor, y con vos, si pudiera ser, me casaría por tener un noble apoyo. Pero como esto no puede ser, adiós, señor duque, y perdonadme si no estoy más tiempo aquí. Y la duquesa se levantó, saludó profundamente á don Pedro, y salió con su hijo en los brazos.

Pero, ¡ah!, la factura de sus novelas será muy notable; mas no tanto como la de aquellos arroces, dorados y humeantes, devorados fieramente, bajo el alegre cielo madrileño, en amable cordialidad, en aquellos buenos días que retornan del fondo de lo pasado perfumados de alegría y de juventud. Perdonadme, respetables señores, estas fugas sentimentales y pintorescas.

No seas tonta dijo la moribunda haciendo un esfuerzo para sonreír y acariciándole la cabeza con su mano de esqueleto . Ya no me duele que te alegres.... ¡Qué importa!... Muero satisfecha sabiendo que vas a deberme un poco de felicidad.... Te recomiendo a las ancianitas del asilo.... Protégelas, hija mía ... y a esta buena Marcela, también.... Adiós, adiós todos.... Perdonadme el mal que os haya hecho....

¡Dudar yo de la reina! ¡de mi esposa! dijo el rey en uno de los arranques de verdadera dignidad que á veces dejaba conocer . ¡Cómo! ¿por qué había yo de dudar de vos, señora? Oidme, don Felipe, oidme, perdonadme, porque por una sola vez en mi vida he obrado con ligereza.

Hoy estamos á primeros de Abril; el primero de Mayo á las doce de la noche en punto, estaré en esta reja. Adiós. ¿Os vais? ... Y si os dijese que... que os amo... dijo con gran dificultad la duquesa. Yo que no me amáis; yo que mentís... perdonadme, pero esta es la verdad; que mentís para arrancarme mi nombre; vos no me amáis. No... no miento exclamó toda turbada la duquesa.

Trata de dominar tu espanto. ¡Por amor de Dios, no me engañéis, Marta! ¿Cuándo os he engañado? ¡Jamás!... ¡Jamás!... perdonadme esta duda. No lo que me pasa, tengo el corazón oprimido, apenas puedo respirar, tiemblo de pies a cabeza; una voz secreta me dice que voy a perderos para siempre. ¡Antes preferiría morir, Marta, a no volveros a ver más!

Perdonadme, buena señora, y recogeos en vuestro aposento, y no queráis, con significarme más vuestros deseos, que yo me muestre más desagradecido; y si del amor que me tenéis halláis en otra cosa con que satisfaceros, que el mismo amor no sea, pedídmela; que yo os juro, por aquella ausente enemiga dulce mía, de dárosla en continente, si bien me pidiésedes una guedeja de los cabellos de Medusa, que eran todos culebras, o ya los mesmos rayos del sol encerrados en una redoma.

Mi cuerpo y mi corazon, dixo el rey á Zadig... Oyendo estas palabras no pudo ménos el Babilonio de interrumpir á su magestad, y de decirle: ¡Ouanto celebro que no hayáis dicho mi alma y mi corazon, porque no oimos mas voces que estas en las conversaciones de Babilonia, ni leemos libros que no traten del corazon y el alma, escritos por autores que ni uno ni otra tienen; pero perdonadme, Señor, y proseguid.

, en efecto. Apenas llegaba... iba a instalarse a vuestro lado, y permanecía allí, pensativo y silencioso; tanto, que durante varios días me pregunté, perdonadme que os hable con esta franqueza, sabéis que es mi costumbre, si no os amaría a vos, mi Zuzie. ¡Sois tan linda, tan buena, que habría sido lo más natural! ¡Pero no, no era a vos, sino a ! ¿A vos? , a .

Que... habéis sufrido... Perdonadme mis pecados. Perdonadme... mis pecados. Y salvad mi alma. ¡Quita, quita! dijo la moribunda separando con mano vacilante a su hija . No; yo no me muero..., estoy buena... Ven acá, Martita... ¿No es verdad... que no me muero..., hija mía?