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Mentía al hablaros de... de qué yo... porque no me acuerdo de lo que os he dicho que no sea mi amor, y mi humildad á vos, que sois dueño de mi alma y de mi voluntad... pero esto no impide el que comprenda que vos olvidáis, arrastrado por ... lo que no debéis olvidar... yo no puedo olvidarme de vuestra felicidad... yo que os amo, no puedo exponerla... por eso os digo que no vengáis á mi casa... es necesario que vuestra esposa no lo sepa... no por ... sino por ella misma... por vos... si viniérais... lo sabría... si lo supiera... ¡Oh, si se viese engañada!... ¡Si los celos la extraviaran... si en un momento de despecho quiere vengarse dándoos celos por celos... infamia por infamia!...

Escuchadme: ¿Habréis notado, verdad, cómo desde el primer día de vuestra llegada a Orsdael os demostré amistad, cómo os protegí contra la crueldad y el odio de la condesa, cómo espiaba vuestros pasos y os seguía para tener la felicidad de encontraros y hablaros? ¿No habéis adivinado, acaso, la causa de este afecto? Creo haberla adivinado, señor.

¿No os he dicho mi amor... no es verdad? sois tan virtuosa, señora, tan insensible... Soy lo que debo de ser, pero no se trata de eso: ¿quién sois vos? Un hombre que os ama. ¿Os conozco yo? No. ¿Ni acudís á lugares donde yo pueda hablaros? No. ¿Sois sin embargo, rico?... Y noble: pero el ser rico y noble no supone que haya uno de entrar en los salones del rey.

No sabía ya qué decir, y balbuceó confusamente: De veras... es algo extraño... cuando se está herido en el corazón... las ideas se confunden. ¡El asunto me parecía tan fácil y sencillo!... En fin, a los cuarenta o a los veinte, el amor es siempre el amor... He venido para hablaros de una cosa que sin duda tiene que seros agradable y no por dónde comenzar.

La tercera flecha rozó el seco tronco y penetró profundamente en la tierra, á dos pulgadas de aquél. ¡Soberbio! exclamó el mutilado arquero. ¡Aprended, muchachos, que este es buen maestro! Á fe mía que si empezara á hablaros de arcos y ballestas no acabara en todo el día, dijo Simón.

Dichosa, porque os ama un hombre que... perdonad... no os enojéis, no voy á hablaros de mi hermano Felipe, sino de mi amigo Juan Girón y Velasco, que os adora... con toda su alma, como un loco. ¡Juan Girón y Velasco, habéis dicho! exclamó doña Clara, á quien había hecho conmoverse de una manera profunda aquel segundo apellido, añadido al nombre del joven.

Digo que viene el sol, y derrite la nieve que ha estado hecha una piedra durísima todo el invierno. Venís tan hablador como siempre, Manuel, y os agradecería que me habláseis con formalidad. Tan formal vengo, que vengo á hablaros de lo más formal del mundo. ¡Cómo! yo creía que veníais porque os llamaba.

Del señor duque de Lerma dijo una voz detrás de Montiño. Volvióse el cocinero mayor, y vió á un lacayo que le entregaba una carta. Tomóla con la mano temblorosa aún por cólera, la abrió y vió que decía: «Señor Francisco: Venid al momento, necesito hablaros. El duque de Lerma. Decid á su excelencia que no puedo separarme en este momento de la cocina dijo al lacayo. Tengo orden de no irme sin vos.