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Es negro el corcel mío como nube de otoño; blanca estrella como la aurora brilla sobre su frente; da al viento su crin hermosa, como garzotas ondantes, y sus pies cuatralbos vibran centellas de fuego. Vuela, vuela, bridón mío, el de la estrella blanca; selvas, montañas, abrid paso, dadme lugar. En vano la verde palma se me brinda con sus dátiles y sombra; yo desprecio su hospedaje.

"Yo siento, yo percibo, grita de lo alto, el olor de un cadáver: ¡oh, caballero insensato, oh, desgraciado bridón! ¿El jinete inquiere aquí la senda? ¿El caballo busca aquí la hierba? ¡Insensatos! El viento sólo halla aquí el camino; las sierpes solas encuentran aquí su pasto; los cadáveres solos descansan en el desierto, y los buitres tan sólo viajan por él."

Manejaba briosamente su soberbio bridón, negro como el azabache y de gran alzada; y después de saludar al príncipe volvió grupas y ocupó su puesto á un extremo de la liza.

Pero por Plauto no daré un cabello; Miro que su oración toda se agacha; No cual la tuya, Lope, que alça cresta, Hasta tocar del sol la ardiente hacha. ¿Pues qué, si tu Rosaura, en la floresta Juega el venablo y bate los ijares, Del valiente bridón que la molesta? ¿Juventud castellana, ya qué temes? Yo te prometo honor, suda y escribe, Que Apolo hay acá con quien te extremes.

Primero se tiñó en rojo de encendida rabia, luego vistió la amarillez de la envidia, y por último, poniéndose negra como un cadáver, se ocultó detrás de las montañas. ¡Vuela, vuela, bridón mío, el de la blanca estrella! ¡Nubes y aves, hacedme lugar! En aquel punto, como si fuera el sol, di una mirada en derredor por todo el horizonte y no vi a nadie: yo solo estaba en el desierto.

Mas si los dos al orbe prestan lumbre, los dos a un tiempo forman un tesoro. Poesía árabe. ¡Cuán dichoso es el árabe cuando, montado en su corcel, se lanza, desde las rocas en el desierto; cuando los pies de su bridón, sumergiéndose en la arena, levantan el mismo murmullo que el hierro ardiendo mojado en el agua!

Pero todo fué en vano; el hilo estaba ya roto, y ya me fué imposible remontar mi mente hasta los palacios de Armida, de donde bajé en un salto; y así, el artículo principiado con las mágicas razones de Híala y Nadir, fuerza fué acabarlo con la parla rastrera de mi académico Bartolo. Si no existiera la mujer hermosa fuera un bridón el ídolo del moro.