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Y yendo así y como disparados familiar y alguacil, y muy cerca ya de la casa de doña Guiomar, oyeron un rumor de voces que de la cercana revuelta de una callejuela venía, y como templar de vihuelas; cosas que daban a entender claramente que se trataba de dar música por algún enamorado a la señora de su pensamiento; y había por entonces una ordenanza que mandaba que de noche y a deshora no se diesen músicas por las calles, so pena de dos días de cárcel y diez ducados para obras pías; y como la gente que sonaba junta a poco trecho parecía mucha y debía ser alegre y maleante, y ellos sólo eran dos, o diríase mejor, uno y medio, porque el familiar aprovechaba poco, éste ordenó al alguacil torciese el paso por la boca de una callejuela que se veía a mano, y rodease, con lo cual el familiar creyó haber evitado aquella gente non sancta; pero vio, cuando dada la vuelta se hallaba a poca distancia de la casa de doña Guiomar, que a su puerta había un gran bulto de sombras como de hombres, del cual salía confuso rumor de voces recatadas.

Habia empezado á entrar en pláticas con los franceses, cuando, bajo pretesto de algunos tiros disparados desde la muralla, apuntaron aquellos sus cañones contra la Puerta Nueva, y entraron de repente en la ciudad hiriendo y matando sin compasion hasta á los indefensos que acertaban á cruzar las calles.

No hubo más remedio que meter apresuradamente la ropa en los baúles y salir disparados a la estación. Sólo cuando el silbido de la locomotora anunció la salida y comenzaron a correr por las llanuras áridas que rodean a Madrid se calmaron un poco los nervios de la excitada niña.

Un instante nos concertamos con el compañero, un joven alemán, para detenernos; nos bastó un minuto de reposo dando la espalda al torrente y con el corazón inquieto seguimos avanzando. Henos detrás de las aguas. Un ruido infernal atruena mis oídos, algo así como cien mil cañones disparados a un tiempo y sin discontinuar, y una honda y densa oscuridad me rodea.

Pues que me la traigan, hermano Mohamad respondió el loco Ben-Farding. ¡Que se la traigan! exclamó el Sultán. Y cien postillones, avivados por las insinuaciones del agradable Abu-el-Casín, capitán de la guardia africana, salieron disparados con tal orden a la apartada recámara en donde se encontraban las dos sultanas.

Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir á los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas; D. Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma ya sin cesar y me hace cañón de su chimenea; por fin ¡oh última de las desgracias! crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces piden versos y décimas, y no hay más poeta que Fígaro.

Hasta el mismo Pep, con gran indignación de Jaime, mostrábase orgulloso de los dos tiros disparados a los pies de su hija. Febrer era el único que no parecía entusiasmado por esta hazaña galante del verro. «¡Maldito presidiario!...» No sabía ciertamente el motivo de su furia, pero era algo inevitable... A este «tío» le pegaría él. Llegó el invierno.

Apenas disparados los primeros tiros, otros muchos franceses, extenuados de fatiga, y encontrándose ya sin fuerzas para combatir si no les caía del cielo o les brotaba de la tierra una gota de agua, acudieron a beber, y viéndola tan reciamente disputada, se unieron a los defensores. decir: «¡Allí hay agua, allí se están disputando la noria!», y no necesité más.

Este lo separa ó lo derriba todo; aborda, llega hasta la llanura de hielos, pero por eso no se siente embarazado. «El banco hízose pedazos en un minuto en una extensión de algunas millas. Crujió, atronó, como si hubiesen sido disparados cien cañonazos; parecía aquello un terremoto. La montaña vino á nuestro encuentro, y el mar vióse cubierto, entre ella y nosotros, de sus despojos.

El gigante había movido un brazo para colocarlo al nivel de su cuello, y á continuación hizo con él un rudo movimiento á lo largo del pecho, que anonadó y se llevó rodando cuanto pudo encontrar. Los seis hombres, con su barra, así como la misteriosa mujer que los dirigía, salieron disparados por el aire.