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¿Habéis cerrado ya, doña Juana? dijo el rey, después que hubo removido á su placer el brasero y colocádose en la posición más cómoda que pudo. , señor. ¿Es decir, que no puede escucharnos nadie? Nadie, señor. Sentáos. Sentóse la duquesa, pero en una actitud respetuosa y á corta distancia del rey.

El alto y grueso parecía un poco turbado; el otro, sonriendo con una sonrisa insinuante, me dijo en castellano, con acento andaluz: ¿Podría usted escucharnos media hora? , señor, con mucho gusto. Hagan el favor de sentarse. ¡Gracias! contestó el bajito, y añadió en inglés, dirigiéndose a su compañero : Siéntese usted, Smiles. Se sentron los dos. ¿No es usted español? le pregunté al moreno.

La joven había tenido la delicadeza de no llevar el aderezo de bodas, aquel terrible aderezo. Pero en cambio llevaba uno no menos rico de su madre. , ; ¡mis hijos! exclamó la duquesa ; pero hablad bajo... muy bajo... vos... añadió dirigiéndose á don Juan hacedme el favor de cerrar por dentro aquella puerta. Ahora venid, venid conmigo á mi recámara, donde nadie pueda escucharnos.

Mientras la joven disponía las flores, fiados en que las tías no podían escucharnos y en que señora Juana había salido, hablábamos de nuestro amor. Las misas de aguinaldo nos dieron ocasión de conversar muy a gusto. Salíamos: tía Pepa nos dejaba atrás, yo daba el brazo a la doncella, y desde la casa hasta la iglesia charlábamos que era una gloria.