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Una alborada en los trópicos. La niña, el árbol y el crepúsculo. Una misa en la ermita. Oración que implora y curiosidad que investiga. La madre del dolor. Una cifra y una fecha. Averiguaciones inútiles. El matandá de la ermita. La Casa Real de Cotta. Las ruinas y la recámara de la muerte. Estancia en el barrio de Cotta. Tamayo y Belloc. Recuerdos. Horas felices. Salubridad y riqueza.

Tienes razón, Lerma, tienes razón; y ahora más que nunca conozco el grande afecto que me tienes; no me gusta estar reñido con la reina. Voy... voy... adiós, Lerma, adiós. Y el rey abrió una puerta, atravesó un largo corredor, abrió otra puerta y se encontró en la recámara de Margarita de Austria. La reina leía. Al ruido de los pasos del rey volvió la cabeza.

Los jefes, embriagados por el estrépito, daban sus órdenes á gritos, agitaban los brazos paseando por detrás de las piezas. Los cañones se deslizaban sobre las cureñas inmóviles, avanzando y retrocediendo como pistolas automáticas. Cada disparo arrojaba la cápsula vacía, introduciendo al punto un nuevo proyectil en la recámara humeante.

Duró el combate una media hora, repitiéndose los disparos por ambas partes con la velocidad de la artillería de tiro rápido. Ferragut estaba cerca del cañón, admirando la fría calma con que lo manejaban sus servidores. Uno tenía siempre un proyectil en los brazos, pronto á dárselo al compañero, que lo introducía con rapidez en la recámara humeante.

Henos aquí juntos dijo el bufón : vos fuerte en la apariencia, y yo en la apariencia débil; ¡sabe Dios cuál de entrambos es el fuerte! Tío Manolillo, no os entiendo dijo con gran indiferencia el padre Aliaga . ¿Qué habláis de fuertes ni de débiles? Si no recuerdo mal, yo os he llamado. Es verdad; esta mañana en la recámara del rey, me dijísteis: os espero esta tarde en el convento de Atocha.

Acuérdate de nuestro abuelo, el comisario de la Convención, que se cubrió de gloria en la defensa de Maguncia. Mientras hablaba se habían puesto todos en marcha, doblando una punta del bosque para colocarse detrás de los cañones. Aquí, el estrépito era menos violento. Las grandes piezas, después de cada disparo, dejaban escapar por la recámara una nubecilla de humo semejante á la de una pipa.

La duquesa de Gandía se inclinó profundamente y salió. Apenas se retiró, la reina salió del dormitorio, y cerró la puerta de su recámara, volviendo otra vez junto al rey. Felipe III y Margarita de Austria estaban solos mirándose frente á frente.

¡Ah! ¡perdone vuecencia! ¿qué desea vuecencia? ¿Habéis avisado al rey de mi llegada? ; , señor: en el momento en que llegó vuecencia. ¿Dónde está el rey? En su recámara. ¿Con quién? Con el duque de Uceda. ¡Con mi hijo! , señor. Gracias, caballero, gracias. El gentilhombre salió.

Que no quien me dice, y quien me exhorta, Que tienen para mi, á lo que imagino, La voluntad, como la vista corta. Que si esto asi no fuera, este camino Con tan pobre recamara no hiciera, Ni diera en un tan hondo desatino. Pues si alguna promesa se cumpliera De aquellas muchas, que al partir me hicieron, Lléveme Dios si entrára en tu galera.

¿Conque se me hace esperar en la cámara por Uceda, que está en la recámara? dijo el duque ; ¿con que el rey se olvida al fin de lo mucho que me debe? y... mi hijo... ¿qué hubiera sido de mi hijo sin ? ¡Esto es infame! Vendido ó abandonado por todos... ¿y qué hacer? ¿qué hacer?