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En los días que estuve en Cotta, tuve ocasión de ver y apreciar lo agradable que es una estancia en aquel precioso y saludable barrio levantado al borde de dos ríos, cuyas aguas se confunden en un mismo desagüe antes de llegar á la barra, la que dista del embarcadero un cuarto de hora.

La riqueza de Cotta consiste en sus cocales, que puede asegurarse son de los mejores y más productivos del Archipiélago.

Los bayones que tejen sus mujeres, la cera silvestre que producen las salvajes abejas de sus bosques, y la gran variedad de pescados que recogen las mallas de la red, ó las entrelazadas celosías de los corrales, completan los productos de Cotta, que dista como ya hemos dicho, dos leguas y cuarto de la cabecera. Estancia en Tayabas. El archivo del Gobierno.

Cotta, como ya he dicho, es un barrio de Tayabas que necesariamente llegará á ser pueblo. Su proximidad al Estrecho, lo caudaloso de su río, y la benignidad y salud que se respira en sus aires, hacen que su población aumente de día en día. Los vecinos de Tayabas buscan este barrio como lugar de convalecencia y recreo.

El valor sereno del vencedor del Callao, jefe de las fuerzas de mar, y el heroismo de Malcampo, lanzándose al asalto de la cotta de Pangalungan desde el bauprés de la Constancia, seguido de una compañía de desembarco, reverdecieron las glorias tradicionales de la marina, llevando el terror á nuestros enemigos, convencidos ya de su impotente inferioridad.

En general, las orillas del río Grande presentan llanos, excepto en muy contados puntos, donde se levantan collados, lomas y pequeñas colinas, tales como las de Nuluig y Cudaranga, donde situaron los moros una formidable cotta el año 86; Cabalucan, Boayan y Cabaenygan, cubiertas todas ellas de espeso arbolado y circundadas de manglares y terrenos pantanosos que los moros procuran aumentar para que les sirvan de obstáculos ó defensas naturales á los fuertes en ellas situados.

Sentado sobre aquel cañón, y rodeado de aquellos restos, supe pasaba muchas horas el matandá. Las negruzcas ruinas del baluarte de Cotta, y su inválido cañón, claramente demostraban que por allí había pasado la tea incendiaria de la piratería morisca.

Encontrándonos en esta conversación, fué á hacernos compañía un honrado comerciante español, casado con hija del país y radicado en aquel pueblo. Enterado de nuestra conversación nos dijo, que él sabía de un viejo de ciento dieciocho años, que se le conocía con el nombre del matandá de la ermita, el cual, hacía tiempo vivía en el barrio de Cotta, distante dos leguas de Tayabas.

En Cotta he pasado días cuyo recuerdo será tan imperecedero en mi memoria, como lo es en mi alma el cariño que profeso á los que me acompañaron en aquellos. Mis amigos, mejor dicho, mis hermanos Tamayo y Belloc me han visto escribir en aquellas alegres soledades muchas cuartillas de este libro.

Una alborada en los trópicos. La niña, el árbol y el crepúsculo. Una misa en la ermita. Oración que implora y curiosidad que investiga. La madre del dolor. Una cifra y una fecha. Averiguaciones inútiles. El matandá de la ermita. La Casa Real de Cotta. Las ruinas y la recámara de la muerte. Estancia en el barrio de Cotta. Tamayo y Belloc. Recuerdos. Horas felices. Salubridad y riqueza.