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Me precipito hacia ella; querría acariciarle los cabellos, pero mi valor no da para tanto. Le pregunto qué es lo que la apena, si no quiere tener confianza en , y otras cosas por el estilo. ¡Ah! ¡soy el ser más desamparado, más miserable del mundo! exclama con un gemido. ¿Y por qué? Quiero hacer una cosa... una cosa terrible... y no tengo valor para ello. ¿De qué se trata?

Fortunato, que era la bondad misma, se precipitó á su socorro y recibió algunos puntapiés y alguna que otra tarascada, pero no retrocedió y empezó á desabrochar á Clementina, que lanzaba débiles quejidos. Le mojó concienzudamente las sienes con agua de Colonia y le hizo aspirar un frasco de sales.

Arrebatado por su brio, no se contentó con haber condenado á su contrario á volverle las espaldas; se precipitó tras él seguido de su escasa comitiva, corrió, voló, cayó en una celada, donde murieron bajo el hierro de los soldados del valí él y sus valientes caballeros.

Ni sobre tu palabra, ni sobre tu dinero, grandísimo trasto.... Me voy, me voy añadió con un gesto de mimo, levantándose y corriendo a mirar la hora al reloj de la chimenea . ¡Uf, qué tarde!... Adiós, chiquillo. Y se precipitó a la puerta extendiendo la mano a su amante sin mirarle. Este no pudo besarle más que la punta de los dedos.

Entonces, al sentir la mano de la profesora en la mejilla, había perdido la razón, cogió un taburete y se lo zampó sobre la cabeza. «¡Qué susto, chiquillo, al verla con la cara llena de sangreSe precipitó a socorrerla, limpiándola con el pañuelo, lavándole la herida, y, llorando como una Magdalena, se arrojó a sus pies, pidiéndole perdón.

En seguida, púsose lívido el rostro de Juanita... la puerta acababa de abrirse y Carlos apareció. Juanita, sin dirigirle un reproche, tendió hacia él sus manos, como en señal de perdón. Carlos se precipitó a estrechar aquellas manos, que cubrió de lágrimas y besos. ¿Por qué lloras, Carlos? le dijo; soy muy dichosa... ¡Te vuelvo a ver!

Durante algunos segundos permaneció de pie, inmóvil, anonadada, trémula. ¡Pero Dios mío! ¿Qué es esto? exclamó con la voz temblorosa . ¿Dónde está la reina? ¿Dónde está su majestad? Y saliendo de su inacción, se precipitó de nuevo en la recámara de la reina. Ni en ésta, ni en el dormitorio, ni el oratorio había nadie.

Se precipitó para tocar el cordón de la campanilla; pero el notario le sujetó la mano. ¿Qué significa esto? exclamó . ¿Queréis hacerme violencia en mi propia casa? No soy más que una mujer, pero... Sentaos, señora, os lo ruego, a fin de evitaros una vergüenza dijo el notario reconduciéndola a su sillón con una frialdad imperiosa . Escuchadme un momento.

Se oyó un tiro de pistola; después un grito penetrante salió de la cámara de Kernok; Zeli se precipitó hacia ella; no era nada, una miseria. Figuraos que Kernok, un poco excitado por el grog, había elogiado mucho su habilidad a Melia. Te apuesto le decía que de un pistoletazo te hago saltar el cuchillo que tienes en la mano.

El... el... el... melancólico suceso que precipitó nuestra felicidad, la misteriosa Providencia que te libertó, libertó también a la niña. ¿Comprendes? Libertó a la niña. En el momento de morir Galba, el parentesco que por él te unía desapareció también. La cosa es clara como la luz. ¿De quién es la niña? ¿De Galba? Este ha muerto y la niña no puede pertenecer a un muerto.