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Una alborada en los trópicos. La niña, el árbol y el crepúsculo. Una misa en la ermita. Oración que implora y curiosidad que investiga. La madre del dolor. Una cifra y una fecha. Averiguaciones inútiles. El matandá de la ermita. La Casa Real de Cotta. Las ruinas y la recámara de la muerte. Estancia en el barrio de Cotta. Tamayo y Belloc. Recuerdos. Horas felices. Salubridad y riqueza.

Al día siguiente al en que tuvimos la anterior conversación, caminaba con dirección á Cotta. Tan luego desmonté del caballo, al pié de la escalera, de la que llaman Casa Real, indagué del castellano que la habita, quién era y dónde vivía el matandá de la ermita, sabiendo por boca de aquel y con gran desconsuelo mío, que hacía más de un año había muerto.

El yo cuidado tiene tanta latitud, dice tanto, es aplicable á tantas cosas, afirma y niega tantas otras, que es imposible darle su verdadero valor. Es una frase propia de Filipinas imposible de traducir en su práctica significación en ninguno otro país. Yo cuidado, nos había dicho el matandá; así que ya no tuvimos que hacer nada en la seguridad de encontrarlo todo hecho.

Aquella casa se llama de sementera, y los habitantes de las ciudades conocen á sus moradores con el nombre de sementereros. Bindoy y sus padres no van al pueblo sino los domingos, los días de procesión y aquellos otros en que el ronco tañido del tambulic del matandá sa nayon anuncia al barrio que en la población ha de verificarse algo extraordinario.

Hemos descrito la individualidad; volvamos hoja, y aunque ligeramente y á grandes rasgos, veremos la colonia en general. España en Filipinas. Colonización. Política. Tolerancia religiosa. Juramento chínico. Pascuas, festejos y Confucios. El matandá. El municipio dentro del municipio. El empleado. Patriótico aviso. Desconocimiento de Filipinas. Reformas y mejoras.

Sentado sobre aquel cañón, y rodeado de aquellos restos, supe pasaba muchas horas el matandá. Las negruzcas ruinas del baluarte de Cotta, y su inválido cañón, claramente demostraban que por allí había pasado la tea incendiaria de la piratería morisca.

Para llevar á cabo dichas visitas, aquel avisa al matandá sa nayon más viejo cada barrio tiene tres el día que ha de hacerla, señalamiento, que da á conocer por medio del tañido del tambuli, que convoca á todos los vecinos. Una comisión de principales montados en buenos y bien atalajados caballos, va á la casa para sacarle.

Recorred los dilatados campos de Filipinas, y al encontrar el modesto bajay del indio, descansar un rato á la sombra del cogon ó la palma; estudiar la familia que guarece y veréis una pequeña colonia sujeta á la voz patriarcal del matandá, ó sea el más viejo. Donde éste pone su veto no hay réplica ni discusión, sino obediencia.

Encontrándonos en esta conversación, fué á hacernos compañía un honrado comerciante español, casado con hija del país y radicado en aquel pueblo. Enterado de nuestra conversación nos dijo, que él sabía de un viejo de ciento dieciocho años, que se le conocía con el nombre del matandá de la ermita, el cual, hacía tiempo vivía en el barrio de Cotta, distante dos leguas de Tayabas.

El castellano, pudo iluminar poco, ó nada, mis investigaciones, dando mis preguntas el único resultado de saber, que el matandá tuvo una especial predilección por unas ruinas que se descubrían en la margen del río. Dichas ruinas, cubiertas en su mayoría de brozas, musgos y malezas, muestran en su antigua argamasa las señales de un incendio.