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Bindoy ha entrado en quintas y sacado un número alto, por lo tanto, viéndose libre del servicio del Rey, principió á pasar por su imaginación el deseo de dedicarse al de una dama. Con tal resolución, se echó mi buen Bindoy por aquellas sementeras de Dios en busca del ideal de sus sueños.

Aquella casa se llama de sementera, y los habitantes de las ciudades conocen á sus moradores con el nombre de sementereros. Bindoy y sus padres no van al pueblo sino los domingos, los días de procesión y aquellos otros en que el ronco tañido del tambulic del matandá sa nayon anuncia al barrio que en la población ha de verificarse algo extraordinario.

Aquí no hay echadoras de cartas, ni agoreras pitonisas; pero el género no es desconocido, La mangcuculam suple aquí las rayas de la mano, la sota de bastos y los setenarios del amor, con los brebajes del jonjon y los sahumerios de la gayuma. Nuestro conocido Bindoy no tuvo necesidad de recurrir á medios extraordinarios.

En las costumbres tagalas de la provincia de Tayabas, el hombre trabaja mientras es novio, cuando es marido, generalmente quien lo hace es la mujer. Sigamos á nuestro Bindoy. Una vez que comprendió había encontrado su media naranja, traspuso el cerco de madre cacao que resguardaba la casa, en la que entró con la misma familiaridad que si fuera la suya.

Leídas que fueron las solemnes palabras de San Pablo, Bindoy miró de reojo á Nínay, el cura bendijo la unión de ambos, y todos contentos y satisfechos regresaron á la casa de la desposada, en la que el pobre marido, antes de entrar en posesión de su mujer, tiene que sufrir nueve ¡nueve! interminables días, por supuesto con sus correspondientes noches de baile, cutang-cutang, coquillo y demás agasajos que para el pobre Bindoy son otras tantas mortificaciones.

Veamos el tipo. Bindoy es un fornido muchachote de veinte años, su padre Cabezang Juan y su madre Cabezang María, son dos honrados seres que tienen cuatro cavanes de regadío, quinientos, cocos, algunas vacas y dos carabaos aradores que labran la tierra, en la que se levanta el hogar donde nació Bindoy.

En estos nueve días la desposada duerme con sus amigas, las cuales la rodean, no dejándola ni un momento sola. ¡Delicada y alegórica costumbre en que se despide la dalaga del mundo, rindiendo en aquel novenario el último tributo á la virginidad! Bindoy es completamente feliz al lado de Nínay. Veamos en el siguiente capítulo si es ó no posible la felicidad en el indio. ¿Es ó no feliz Ambrosio?

Bindoy, solo, según programa, marcha por medio de la calzada que dirige al convento á la cabeza de la música; detrás de esta, y en la misma forma que su futuro, camina muy despacio la novia, llevando sobre su cuerpo la saya más pintarrajeada que ha encontrado y cuantos objetos relucientes ha podido proporcionarse.

La dalaga, vió que Bindoy se paró, que miró, y que abrió la boca; oyó que pronunció el eureka tagalo, ó sea el característico, ¡aba! y sobre todo, observó que bajó la mano y se rascó con el mismo mimo y parsimonia que podría hacerlo un gitano sobre el lomo de un pollino en feria, y visto y oído lo anterior, dejó jalo dentro del lusong y miró de reojo á Bindoy como diciendo, mañana serás el que piles.

Dió las buenas tardes á los padres de la dalaga, fué cuidadosamente observado por aquellos, y acto continuo indicaron faltaba agua, á cuya indicación el pobre Bindoy, cargó con un pesado bombón de caña, que llenó en un manantial vecino. Con este trabajo empieza el via-crucis que tiene que recorrer el pretendiente.