United States or New Caledonia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Le he visto en el patio en cuanto he llegado; estaba tan emocionado como yo misma: ha venido corriendo, y tan pálido, que llegué a creer que iba a desvanecerse. ¡Ah! ¡Cómo nos hemos abrazado los dos! ¡Pobre hijo mío! Mañana ha de pronunciar un discurso, con motivo de los ejercicios con que los jesuitas tienen costumbre de manifestar en público los adelantos de sus mejores discípulos.

Sus balcones aun estaban cerrados, y respetaron su sueño. Mateo Mantoux, que había redoblado su celo desde que el doctor le mantuviera en su plaza, lavaba activamente su ropa al borde de un arroyuelo que corría hacia el mar. El criado del señor Stevens acudió apresuradamente a llamar a su señor. En la vecindad se había cometido un crimen; todo el cantón estaba emocionado.

Antonia bajó al jardín. Allí encontró a Amaury sentado en el mismo banco en que había dado a Magdalena el último beso que fue la causa de su muerte y mordiendo desesperado el pañuelo como queriendo impedir que se escapasen de su pecho los sollozos que le ahogaban. Amaury dijo la joven tendiéndole la mano que él, emocionado, estrechó en silencio nos da usted mucha pena a mi tío y a .

Con Espronceda, Ros de Olano, Enrique Gil y Florentino Sanz asistía al cenáculo del café del Príncipe, amable lugar donde se forjaron algunas de esas queridas narraciones que tanto nos han emocionado en nuestros primeros devaneos sentimentales, cuando pasábamos horas enteras devorando las pintorescas ediciones de Gaspar y Roig.

El sería bueno, olvidaría «lo otro», viviría como Dios manda. Y fortalecido su espíritu supersticioso con este arrepentimiento inútil, salió de la capilla, emocionado aún, con los ojos turbios, sin ver a la gente que le obstruía el paso. Fuera, en la pieza donde esperaban los toreros, le saludó un señor afeitado, vestido con un traje negro que parecía llevar con cierta torpeza.

La joven le miró largo rato y sintió el corazón emocionado. No qué proceso se desarrolló en el fondo de su pensamiento, pero, después de un esfuerzo invisible, le dijo a media voz: ¡Hijo mío! La viuda la abrazó agradecida. Marqués, ahí tienes a tu mamaíta. ¡Mamá! repitió el niño sonriendo. ¿Quieres que sea tu mamá? preguntó Germana. respondió. Pobre pequeño, no será por mucho tiempo, ¡no!

Es para atraer a otra persona. ¿Qué dice usted, querido conde? Tiene razón dijo la viuda. El conde no respondió. Estaba más emocionado de lo que quería aparentar. Germana le tendió la mano y le dijo: Vaya usted con el señor Stevens, amigo mío, y confírmese en que el doctor habrá dicho la verdad. ¡Diablo! dijo el señor Le Bris , yo también voy; aunque no me ha invitado nadie, seré de la partida.

Al oir mi pregunta dobló la cabeza, y despues de un silencio religioso de algunos minutos, me dijo con acento emocionado: «Antiguamente, en tiempo de la república, cuando yo era un muchacho, se celebraba una gran fiesta: todos los pescadores, ataviados con sus mejores galas, venian en procesion á esta iglesia, habia mucha animacion, mucho contento, mucha alegría: hoy ... no hay nada, señor, silencio y tristeza ... la patria no existe....»

Lo buscamos, y lo vimos flotando a poca distancia. Vamos, baja me dijo Recalde. Me descolgué, un poco emocionado. La posibilidad de ir a explorar la gran sima negra de que hablaba Yurrumendi se iba haciendo cada vez mayor. Me veía como aquel marinero del Stella Maris, que el mar había arrojado a una peña, con la cara carcomida y sin una mano.

Colocaos nuevamente vuestro grasiento sombrero sobre vuestro cráneo pelado, enjugaos las gotas de sudor que brillan sobre vuestros rojos carrillos, como el rocío sobre dos peonías en flor, y haceos quitar cuanto antes las manchas relucientes de vuestro respetable traje negro! Pero el buen hombre estaba demasiado emocionado para entrar en funciones sin demora.