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Y como el castigado hiciese ademán de responder presentando alguna excusa, añadió el P. Prior: Sean cuarenta los días de reclusión y ayuno. Y hora tras hora se cumplió íntegra la sentencia; y como un hermano llevase á hurtadillas al castigado algo más sustancioso que pan y agua, el P. Prior, que era un Argos, lo supo y le recetó otro mes de igual penitencia.

En tu caso ya te lo he dicho y repetido cien veces, y es necesario que aceptes el tratamiento que te receto: te vienes con Lorenzo y conmigo a la estancia del viejo; pasamos allá una temporada, cuanto más prolongada mejor.

El albéitar reconoció al herido y recetó un bálsamo. Al levantar una de las veces la cabeza y reconocer a sus compañeros de viaje preguntó con semblante risueño: ¡Hola, camarás! ¿están ustedes por aquí? ¿Quieren explicarme por qué han escapado de hace poco, como si fuese del diablo? Los fisiólogos se pusieron colorados. No escapamos balbuceó Sánchez, es que teníamos prisa de llegar al pueblo.

843 Y con tanta medecina me parecía que sanaba; por momentos se aliviaba un poco mi padecer, mas si a la viuda encontraba, volvia la pasión a arder. 844 Otra vez que consulté su saber estrordinario, recibió bien su salario, y me recetó aquel pillo que me colgase tres grillos ensartaos como rosario.

839 "Debés maldecir", me dijo, "A todos tus conocidos; ansina el que te ha ofendido pronto estará decubierto, y deben ser maldecidos tanto vivos como muertos." 840 Y me recetó un hincao en un trapo de la viuda, frente a una planta de ruda, hiciera mis horaciones, diciendo: "No tengás duda; eso cura las pasiones."

Así durante algunos meses. Después no volvieron hormigueos ni vértigos, pero sobrevinieron convulsiones, muy fuertes en el brazo izquierdo, el cual, pasado el acceso, quedaba débil y entorpecido. Vino el doctor Sarmiento: recetó pomadas y bebidas tónicas; prescribió alimentos sanos y nutritivos, ejercicio moderado por la mañana y por la tarde, y durante las horas intermedias sosiego y reposo.

Somoza llegó a las ocho. ¿Qué es? ¿qué tiene? ¿hay gravedad? Don Víctor con las manos cruzadas, apretadas, convulso, preguntaba estas cosas delante de la enferma, que aunque aletargada, oía. El médico no contestó. Recetó y salió al gabinete. ¿Qué hay? ¿qué hay? repetía allí Quintanar con voz trémula y muy bajo ... ¿Qué hay? Don Robustiano le miró con desprecio, con odio y con indignación...

Cuando en la calle le acometían, apretaba fuertemente la parte dolorida con el puño del bastón, y así caminaba con el rostro pálido y angustiado, sin oír ni ver nada de lo que a su alrededor pasaba. Por fortuna, duraron poco tiempo: el bismuto que le recetó el amigo con quien solía consultarse consiguió aliviarlos notablemente.

Isidora no oyó más, porque llegaron Miquis y D. José. El médico venía de frac, que se alcanzaba a ver bajo un ligero abrigo. Iba a un sarao de cierta casa de tono. Precursoras y compañeras de su fama eran las relaciones, y la entrada que iba teniendo en los más escogidos círculos de la sociedad. Examinado Riquín, le recetó un calomelano.

Recetó; censuró también a don Víctor por su intempestiva ausencia; dijo que un loco hacía ciento; que Frígilis sabía tanto de darwinismo como él de herrar moscas; dio dos palmaditas en la cara a la Regenta, complaciéndose en el contacto; y cerrando puertas con estrépito salió, no sin despedirse hasta mañana temprano, desde lejos.