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Había quedado Carmencita llena de terror en las manos de doña Rebeca, y doña Rebeca tendía con ansia sus garras de nétigua hacia la herencia codiciada, sin poder apresar los caudales, por tener las uñas llenas de la carne inocente de la niña, flor de pecado y de dolor.

¡El pan!... ¡Cuánto cuesta ganarlo! ¡Y cuán malos hace á los hombres! En una barraca brillaba una luz pálida, amarillenta, triste. Teresa, atolondrada por el peligro, quiso ir á ella á implorar socorro, con la esperanza que infunde el ajeno auxilio, con la ilusión de algo milagroso que se ansia en la desgracia. Su marido la detuvo con una expresión de terror. No: allí no.

Era tan fuerte el ansia de charla y de trato social, se lo pedía el cuerpo y el alma con tal vehemencia, que si no iban habladores a la tienda no podía resistir la comezón del vicio, echaba la llave, se la metía en el bolsillo y se iba a otra tienda en busca de aquel licor palabrero con que se embriagaba.

El bufón, que está allá en la calle de Don Pedro sin la vida que yo le he sacado por la cabeza del tajo más lleno y más derecho que he dado en toda mi vida, es un testimonio, y doña Clara, que está en una casa de la misma calle, entre la muerte y la vida, que de muerte es el ansia que la aflige, es otro. ¡Cómo! ¡Clara, mi adorada Clara me espera! Y sufre y llora.

Con esto quedó contento el gobernador, y esperaba con grande ansia llegase la noche y la hora de cenar; y, aunque el tiempo, al parecer suyo, se estaba quedo, sin moverse de un lugar, todavía se llegó por él el tanto deseado, donde le dieron de cenar un salpicón de vaca con cebolla, y unas manos cocidas de ternera algo entrada en días.

Las aspiraciones todas del espíritu, la fe en el mérito y excelencia de un ser extraño, el ansia de inefables placeres, todo, según dicen, se pone y se busca en el amado, el cual sólo podría tener rival en Dios, si lográsemos mortificar y aniquilar nuestro cuerpo y convertirnos en espíritu puro. Para la mujer amante no tiene, pues, ni puede tener en la tierra, rival el amado.

El pecador cae en tierra sin sentido, y cuando se recobra de su aturdimiento, no es ya el mismo que antes; arroja lejos de caftán y turbante, cúbrese con un saco de cerda, pide á Dios con súplicas de arrepentimiento que le conceda su gracia, y sólo ansía lavar sus pecados.

No dejes de escribirme detalladamente lo ocurrido; tengo ansia de saberlo; pero, ¿cómo diablos has podido suponer que yo te engañaba? Tu carta está confusa, veo en ella mucho amor y mucho arrepentimiento, mas no me doy cuenta de lo que ha sucedido. Explícamelo todo. De mi padre que continúa lo mismo, y esta es la noticia menos mala de las que me trae la última carta de Millán.

Pasé todo el día inquieto y nervioso, escuchando el toque de la campanilla fúnebre por todas partes. A la verdad, no puedo decidir si la campanilla sonaba realmente, o eran mis oídos los que la hacían sonar. Compré cuantos papeles se vendían por las calles referentes al reo, y los devoré con ansia.

Hoy Ferreiro goza de libertad, y ansía el momento de que estos sucesos terminen, para volver á su trabajo, con la esperanza de realizar sus doradas ilusiones. Santiago de Cuba, junio 2, 1912.