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Frecuentes eran en verdad los lances que en las calles de Sevilla ocurrían á las rondas por las calles, mientras el vecindario se entregaba al reposo, y entre aquéllos merece ser recordado uno que fué consignado por un autor contemporáneo, que existe en el manuscrito de la colección del conde del Aguila.

El pianista veía los puertos solitarios de los países históricos y muertos, con sus rondas de gaviotas sobre la tranquila copa azul; las bahías gigantescas llenas de humo y actividad de la América del Norte; las riberas antillanas, con sus bosques de cocoteros, negros sobre un cielo enrojecido por el ocaso; las islas del Pacífico, de duro coral, formando un anillo en torno de un lago interior... ¡Y aquel mago omnipotente confesaba la pérdida de sus riquezas!...

Y así, la imaginación mece al alma y el cuerpo en silencio, como el carcelero, conmovido ante los juegos inocentes de los niños que custodia, acepta la vigilia para contemplar las rondas armoniosas de sus huéspedes sublimes... Por fin la honda laxitud venció.

Colocó dobles guardias avanzadas, eligió la iglesia para hacer la última resistencia, dispuso rondas, nombró patrullas, encargó la exactitud del servicio, y aumentaron su vigilancia y cuidado á proporcion que aumentaba el peligro.

Los faroles y candilejas que las hermandades solían poner en retablos y cruces que tanto abundaban, era el único alumbrado que podía guiar al transeúnte en aquellas tinieblas, por las que se resistían á penetrar en no pocos barrios las rondas y las patrullas que de tiempo en tiempo tenían obligación de recorrer sus demarcaciones.

Rondas y perros feroces por la noche, y paseo de Bobart con una escopeta al hombro ... Herminia pensó: "No exactamente lo que pasa; no comprendo la razón precisa de los actos de mi tía. Hay algo muy grave y yo corro un peligro." Su imaginación se exaltó y llega á una situación verdaderamente novelesca.

Era muy difícil; las aberturas tenían fuertes hierros, las puertas, pesados cerrojos. Alrededor del barco corría una galería baja, a flor de agua, con las ventanas tan próximas una a otra, que era imposible que pasara nadie ni nada por delante sin que lo vieran los centinelas. Siempre había gran vigilancia en esta galería, y las rondas circulaban por ella cada cuarto de hora.

Gabriel, en sus rondas de vigilancia, sentía batir sobre su cabeza pesadas alas. Al grito de los murciélagos se unían chillidos lúgubres de pájaros que, asustados, cortaban el aire, chocando con las pilastras. Eran las lechuzas, que bajaban atraídas por el aceite de las lámparas, estremeciendo a éstas con el roce de sus plumas.

A las nueve, Marcos Divès se hallaba de camino hacia el Falkenstein con los prisioneros. A las diez, todos dormían en la alquería y en la meseta de la montaña, alrededor de las hogueras del vivaque. Sólo se interrumpía el silencio de tarde en tarde, por el ruido de los pasos de las rondas y por el «¿quién vivede los centinelas.

Una de las muchas rondas que recorrían la ciudad reclutando a lo florido del hampa, a los bigardos y galloferos de todas partes que andaban lampando por las calles, para acarrearlos a votar al día siguiente, topó con el grupo de borrachos en que iba Poe, y todos juntos fueron encerrados en una mazmorra donde les dieron de beber, de beber hasta el enloquecimiento.