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El año 1656 falleció Francisco Herrera en la córte, siendo enterrado su cadáver en el templo de san Ginés.

Algunas horas después de la disputa, ocurriósele á Francisco Ginés, acompañado de un sirviente, pasar por casa del de Buenavista en ocasión en que éste estaba á la puerta, y lo mismo fué verlo el señor, comenzó á insultarlo con las mismas descompuestas palabras y aun otras de más grueso calibre, que hicieron fijar la atención de los transeuntes y personas que por allí á la sazón discurrían.

Primero se le ocurrió encargar muchas misas al cura de San Ginés, y no pareciéndole esto bastante, discurrió mandar poner de Manifiesto la Divina Majestad todo el tiempo que el niño estuviese en París. Ya dentro de la Iglesia, pensó que lo del Manifiesto era un lujo desmedido y por lo mismo quizá irreverente. No, guardaría el recurso gordo para los casos graves de enfermedad o peligro de muerte.

Este Ginés, pues, temeroso de no ser hallado de la justicia, que le buscaba para castigarle de sus infinitas bellaquerías y delitos, que fueron tantos y tales, que él mismo compuso un gran volumen contándolos, determinó pasarse al reino de Aragón y cubrirse el ojo izquierdo, acomodándose al oficio de titerero; que esto y el jugar de manos lo sabía hacer por estremo.

Han venido tantos señores esta noche que aquello es la bóveda de San Ginés. ¿Pues qué, se dan disciplinazos? Con la lengua... hablan por los codos, y todo se vuelve manotadas y perjuraciones. ¿Qué entiendes por perjuraciones? Decir, pongo el caso, señores, muramos por el Trono legítimo. ¿Y todavía están reunidos? Todavía. Pero di, ¿no ha venido esta noche la policía?

Y no se rió, porque no era para que riese el saber que estaba vigilada y acechada por la Inquisición, y porque hubiera sido además poca caridad, según aparecía de acabado y casi moribundo el señor Ginés de Sepúlveda.

Eran las doce. «Antes que Bringas me descubra decía poniéndose precipitadamente la mantilla , prefiero pasar por todo, prefiero rebajarme a pedir este favor a una...». Refugio vivía en la calle de Bordadores, frente a la plazoleta de San Ginés, en una casa de buena apariencia. Sorprendió a Rosalía el aspecto decente de la escalera.

¿Preservativo tenéis contra diablos familiares? dijo doña Guiomar. , señora, contestó el señor Ginés de Sepúlveda, y ese preservativo es la medalla, que con la cruz dominica, que como sabéis es la cruz de la Inquisición, llevo pendiente de este cordón sobre el pecho. De suerte, que si yo llevara pendiente de la garganta esa medalla, libre de duendes estaría, dijo doña Guiomar.

Juan Evaristo Segismundo, después que le trajeron de San Ginés, estaba tan guapote y satisfecho, cual si tuviera conciencia de su dichoso ingreso en la familia cristiana; y para celebrarlo, en cuantito llegó al lado de su madre, buscó la despensa y se puso el cuerpo que no le cabía una gota más de leche.

Pues vengo de la bóveda de San Ginés, adonde voy todas las noches a mortificarme el cuerpo con disciplinazos, por ver si Dios se apiada de y me devuelve lo que me quitó, sin duda en castigo de mis grandes pecados.