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Actualizado: 23 de mayo de 2025
-Dice verdad -dijo el comisario-: que él mesmo ha escrito su historia, que no hay más, y deja empeñado el libro en la cárcel en docientos reales. -Y le pienso quitar -dijo Ginés-, si quedara en docientos ducados. ¿Tan bueno es? -dijo don Quijote. -Es tan bueno -respondió Ginés- que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren.
Juan Montiño había dado aquella bofetada. Don Bernardino la había recibido. Juan Montiño era el que había arrojado. Don Bernardino el que había caído. Este era el estruendo que había distraído de su chismografía política al alférez de la guardia española Ginés Saltillo y á sus oyentes. Montiño se había vuelto con suma tranquilidad á su bastidor.
Ayudó Sancho, por su parte, a la soltura de Ginés de Pasamonte, que fue el primero que saltó en la campaña libre y desembarazado, y, arremetiendo al comisario caído, le quitó la espada y la escopeta, con la cual, apuntando al uno y señalando al otro, sin disparalla jamás, no quedó guarda en todo el campo, porque se fueron huyendo, así de la escopeta de Pasamonte como de las muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban.
Pero como no nos oye nadie... Las cuatro: ¡qué tarde! Di qué temprano. Ya pronto se levantará Plácido para ir a despertar al sacristán de San Ginés. ¡Qué frío tendrá!... ¡Cuánto mejor nosotros aquí, tan abrigaditos! Me parece que de esta me duermo, vida. Y yo también, corazón. Se durmieron como dos ángeles, mejilla con mejilla. -iii 24 de Diciembre.
¿Qué delitos puede tener -dijo don Quijote-, si no han merecido más pena que echalle a las galeras? -Va por diez años -replicó la guarda-, que es como muerte cevil. No se quiera saber más, sino que este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla.
Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo: -Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurando meterse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado de la Santa Hermandad, que, sin duda alguna, ha de salir en nuestra busca.
Había acudido doña Guiomar desasosegada y con disgusto a la visita del señor Ginés de Sepúlveda, al que encontró todo mezquino y encogido, y tan espantado como quien se cree en un gravísimo peligro.
Y es lástima, cuando se trata de la mujer más hermosa del ejercicio... perdonad, Mari Díaz, la más hermosa después de vos. Afortunadamente estoy aquí para daros las gracias, señor Ginés Saltillo dijo la comedianta sin poder dominar completamente su mortificación. ¿Y quién es él? No le conoce nadie. ¿Es forastero? Y altivo. ¡Aunque pobre!
Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades, y que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen. ¿Y cómo se intitula el libro? -preguntó don Quijote. -La vida de Ginés de Pasamonte -respondió el mismo. ¿Y está acabado? -preguntó don Quijote. ¿Cómo puede estar acabado -respondió él-, si aún no está acabada mi vida?
Aquella salida matinal le agradaba, porque rompía las tediosas rutinas de su existencia. Y oiré todas las misas que quieras, y rezaré contigo... Dime, ¿no va Jacinta a esta hora a San Ginés?». Hombre, tan temprano no. Un poco más tarde que yo, suele ir Bárbara. Pues me alegro de que seamos nosotros los primeros, los más madrugadores, los más impacientes por cumplir y santificarnos... ¡Tom!
Palabra del Dia
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