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Actualizado: 23 de mayo de 2025
En ella se queda la desventurada, exclamó poniéndose de pie y dando un hipido el señor Ginés de Sepúlveda, y ya, señora, que veis que de vos tan mal aventurado me aparto, y tan castigado y doliente, acordaos de mí en vuestras oraciones, que puede ser que Dios os oiga, y por vuestro ruego la paz del alma me vuelva que he perdido.
Uno y otro se estuvieron mirando breve rato, los ojos clavados en los ojos, hasta que Juan dijo en voz queda: «¡Si la hubieras visto...! Fortunata tenía los ojos como dos estrellas, muy semejantes a los de la Virgen del Carmen que antes estaba en Santo Tomás y ahora en San Ginés.
-Hábil pareces -dijo don Quijote. -Y desdichado -respondió Ginés-; porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio. -Persiguen a los bellacos -dijo el comisario.
Desde que entró en San Ginés, corrió hacia ella Estupiñá como perro de presa que embiste, y le dijo frotándose las manos: «Llegaron las ostras gallegas. ¡Buen susto me ha dado el salmón! Anoche no he dormido. Pero con seguridad le tenemos. Viene en el tren de hoy».
Interrumpiole doña Guiomar, y con muestras de sobresalto le dijo: ¿Duende decís que tenía esta casa? Por ello estuvo muchos años deshabitada, respondió el señor Ginés de Sepúlveda; y si vos que, por ser forastera, no lo sabíais, no la hubiérades comprado y habitado, sin habitar estaría aún, y seguiría deshabitada por los siglos de los siglos amen.
»Por una vela de cera, cuatro reales de vellón. »Por asistencia, dos ducados. »Por derechos de carcelaje, ocho ducados. »Todo lo cual monta la suma de cuarenta y siete ducados y cuatro reales de vellón. Ginés Piedrahita.» Debemos advertir, que de esta cuenta sólo leyó don Juan la suma total. ¿Traes contigo dinero, Clara? dijo don Juan. Sí, por acaso; ¿qué se necesita?
Así El Abencerraje, de Villegas, y Las guerras civiles de Granada, de Ginés Pérez de Hita. Las novelas cortas, por último, y cuentos de italianos, franceses e ingleses, sin excluir el Decameron, de Bocaccio, son muy distintos de la novela cervantesca.
D. Jeremías ha hecho bien en perseguirme y en maltratarme de palabra y de hecho. Merezco mucho más. ¿Pero le ha maltratado de veras? preguntó sorprendida la prendera. Sí, señora; días pasados, en la sacristía de San Ginés, me injurió y me abofeteó delante de varias personas. ¡Qué escándalo! No, no es escándalo, señora. El escándalo ha sido el mío cometiendo un delito.
¿A que sí la hago? ¿A que no te vienes conmigo a San Ginés? A que sí. Levantose para tirar de la campanilla. «Necesito verlo para creerlo dijo Guillermina, echando de sus ojos chispazos de alegría . Deja, yo llamaré a Tomás. El pobre chico no se habrá levantado todavía». Creo que sí... ¡Tom!... Yo te haré el té... Vamos, vete vistiendo.
Desde allí fue a visitar al cura de San Ginés y al capellán de las Adoratrices. Tampoco logró nada en favor de su protegido. Estos presbíteros estaban ferocísimos, tanto o más que el prelado doméstico.
Palabra del Dia
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