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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Lope debió estar ya de regreso en Madrid en julio siguiente, ya que en 26 de ese mes es bautizada en San Ginés una hija suya y de doña Juana, Jacinta, que habrá muerto niña, pues nada más volvemos a saber de ella. Dejó el servicio del Marqués de Sarria en 1600. Ya entonces habría escrito Lope más de un centenar de comedias e impuesto forma y dirección definitivas al drama español.
Al volver de San Ginés, me encontré con Manolo Moreno, que llegó ayer de Londres. Le he convidado a almorzar». Jacinta fue a su tocador. Aún dormía su marido, y ella se empezó a arreglar. A poco entró una visita, que Jacinta recibió en su gabinete. Era Severiana, que dos veces por semana llevaba a Adoración a que la viese su protectora.
Imprudente había sido doña Guiomar confiando en su inocencia, y más aún en el amor de su soldado; y si hubiera su corazón visto cuando ella sacó de su seno la medalla del señor Ginés de Sepúlveda, arrepentídose hubiera de su imprudencia; que Cervantes creyó, que si el familiar no la había preso, a causa había sido de algún inapreciable favor con que la rectitud del enviado de la Inquisición doña Guiomar había torcido; y no tuvo la medalla que de su hermosísimo seno doña Guiomar había sacado, sino como recuerdo y prenda de amor por el familiar a ella dejados.
Pero, en resolución, Ginés le hurtó, estando sobre él durmiendo Sancho Panza, usando de la traza y modo que usó Brunelo cuando, estando Sacripante sobre Albraca, le sacó el caballo de entre las piernas, y después le cobró Sancho, como se ha contado.
Esta y Encarnación, que alzó en sus brazos a Riquín, se colocaron en la embocadura del callejón de San Ginés, lugar donde no era grande la aglomeración de gente, con la ventaja de una retirada segura en caso de corrida o apretujones. «Todavía es temprano.
Y no sólo vos, respondió Ginés de Sepúlveda, sino vuestra casa y las otras casas adonde fuéredes, como todo lugar en que os encontráredes. Pues mirad, dijo doña Guiomar, si me dais esa milagrosa medalla, os perdono el abrazo que tan sin licencia mía, y tan contra mi voluntad y mi pudor, me habéis dado; que en Dios y en mi ánima, este es el primer abrazo de hombre que he sentido.
Seguid, señor Ginés, seguid; vos, Mari Díaz, no interrumpáis dijo uno. Todos los cuellos estaban estirados, todas las cabezas extendidas hacia el noticiero, todos los oídos atentos, porque han de saber nuestros lectores, que en todos los tiempos los comediantes, como gente libre, se han tomado gran interés por los negocios públicos.
Vaya, que están creciditas. ¿Y cómo sigue el señor mayor? ¡No le he visto desde que íbamos juntos a la bóveda de San Ginés!»... Con este sistema de vender, a los cuatro años de comercio se podían contar las personas que al cabo de la semana traspasaban el dintel de la tienda. A los seis años no entraban allí ni las moscas.
Yo la he buscado sin cesar por todo Madrid; he pasado noches enteras junto a la casa de la calle de la Sal examinando quién entraba y quién salía; he dado dinero a los criados, aguadores, lavanderas, a los escribientes del licenciado, a cuantas personas visitaban la casa; pero nadie me ha sabido dar razón, nadie, nadie. ¿Es esto para desesperarse? ¿Es esto para morirse de pena? ¡Trabajar tanto, cavilar tanto para sacarla del poder de sus tíos; cometer grandes pecados y exponer uno su alma a las horribles penas del Infierno para ver desvanecida como el humo aquella esperanza encantadora, aquella soñada dicha y suprema felicidad!... ¿Será castigo de Dios por mis culpas, Gabriel? ¿Lo crees tú así? ¿Apruebas lo que estoy haciendo ahora, que es rezar mucho y pedir a Dios que me perdone o que me devuelva mi Inesita, aunque no me perdone? ¿Crees tú que concurriendo a la bóveda de San Ginés con gran constancia y devoción podré alcanzar de Dios alguna misericordia? ¡Ay!
El bautizo se celebró con modestia suma en San Ginés, una mañana de Abril, y le pusieron al chico los nombres de Juan Evaristo Segismundo y algunos más. Ballester se corrió gallardamente aquel día a convidar a Izquierdo y a Ido del Sagrario en el próximo café de Levante. Instó mucho al maestro a que tomara un biftec; pero D. José lo rehusó, aunque buenas ganas tenía de aceptarlo.
Palabra del Dia
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