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Eran las doce. «Antes que Bringas me descubra decía poniéndose precipitadamente la mantilla , prefiero pasar por todo, prefiero rebajarme a pedir este favor a una...». Refugio vivía en la calle de Bordadores, frente a la plazoleta de San Ginés, en una casa de buena apariencia. Sorprendió a Rosalía el aspecto decente de la escalera.

Los visitantes se aturdían viendo desplegar telas y más telas, todo el pasado de una catedral que, teniendo millones de renta, empleaba para su embellecimiento ejércitos de bordadores y acaparaba las más ricas telas de Valencia y Sevilla, reproduciendo en oro y colores los episodios de los libros santos y los tormentos de los mártires.

Verás: pasaba yo a eso de las ocho y media por la plaza de Pontejos para ir a mi obrador, cuando vi que del portal salía despavorido el criado inglés... Según después supe, iba en busca de mi primo Moreno Rubio, que vive en la calle de Bordadores.

Bordadores, sastres, guarnicioneros, todo Israel se ha echado a la calle... Los hombres, con gorro de terciopelo y medias de lana azul, gesticulando en grupos, con mucha algazara... Las mujeres, desencajadas, abotagadas, tiesas como ídolos de madera, con sus faldas escurridas, con peto de oro y el rostro rodeado por cintas negras, mézclanse uno y otro grupo chillando como gatas... En el momento de llegar yo, se arremolina la muchedumbre... Apoyado en sus testigos, el judío, personaje principal de la comedia, pasa por entre dos setos de gorros, bajo una lluvia de exhortaciones.

María de Huerta; pero, aun todavía pueden citarse otros muy peregrinos ejemplos recordando las inapreciables enseñas militares sarracenas, custodiada una en las Huelgas de Burgos, de filíacion desconocida hasta ahora, y otras dos en la catedral de Toledo, pertenecientes al Sultan Abu-Said Otsman y á su hijo Abu-l-Hasam Aly, que acreditan la singular pericia y exquisito gusto de sus autores, los mismos sin duda que fabricarían aquellas preciosas estofas de honor destinadas á los principes, llamadas tiraz, de las cuales nos dice Almaccari que sus tejedores habitaban en Córdoba el barrio llamado «de los bordadores» .

Las capas y casullas se apilaban en los estantes por clasificación de tonos, con la esclavina fuera del montón, para que pudieran admirarse los prodigios del bordado. Todo un mundo de figurillas vivía con la fuerza del color en unas cuantas pulgadas de tela. El arte asombroso de los antiguos bordadores daba a la seda las apariencias de vida de la pintura.