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No se cansaban de admirarse de que un bicho tan pequeñísimo pudiese demoler una fábrica tan inmensa. Calculen ustedes los millones de estos seres que habrán tenido que trabajar en la demolición dijo un ingeniero. Uno por uno todos fueron contemplando el mundo invisible que dentro de ella existe.

Como, al llegar aquí, me pareciera el médico dispuesto a callarse, por su natural modesto y reservado, y a me fuera gustando mucho su palabra, tan fácil como sobria, preguntéle, antes que el hornillo de su entusiasmo comenzara a entibiarse, qué cosas eran aquellas que podían verse y admirarse por el hombre culto en sus relativas intimidades con el aldeano.

Llegáronse a él, que libre y seguro de tal acontecimiento dormía, y, asiéndole fuertemente, le ataron muy bien las manos y los pies, de modo que, cuando él despertó con sobresalto, no pudo menearse, ni hacer otra cosa más que admirarse y suspenderse de ver delante de tan estraños visajes; y luego dio en la cuenta de lo que su continua y desvariada imaginación le representaba, y se creyó que todas aquellas figuras eran fantasmas de aquel encantado castillo, y que, sin duda alguna, ya estaba encantado, pues no se podía menear ni defender: todo a punto como había pensado que sucedería el cura, trazador desta máquina.

Por cierto que don Adrián subió la bocamanga izquierda hasta el codo, y el arco de las cejas hasta el casquete, a fuerza de rascarse y de admirarse al ver que Leto, de quien esperaba un estampido, en lo del convite no puso el menor reparo, y en lo de las acuarelas se despachó con tres «carapes» seguidos y unos muy dulces restregones de manos a las barbas.

Pero dejando á un lado la cuestión de la originalidad, es indudable que ha de admirarse en la obra de nuestro poeta su enérgica pintura de caracteres y su vigorosa representación de la Edad Media española. Indicaremos, pues, su argumento con alguna prolijidad.

Muchas cosas me admiran en este mundo: esto prueba que mi alma debe pertenecer a la clase vulgar, al justo medio de las almas; sólo a las muy superiores o a las muy estúpidas, les es dado no admirarse de nada. Para aquéllas no hay cosa que valga algo, para éstas no hay cosa que valga nada.

Y fuele respondido por el propio tenor, paso: -Estáis y tu mujer, con dos amigos tuyos, y dos amigas della, y un caballero famoso llamado don Quijote de la Mancha, y un su escudero que Sancho Panza tiene por nombre. ¡Aquí que fue el admirarse de nuevo, aquí que fue el erizarse los cabellos a todos de puro espanto!

Quitóle el cura los corales del cuello, y mirólos y remirólos, y, certificándose que eran finos, tornó a admirarse de nuevo, y dijo: -Por el hábito que tengo, que no qué me diga ni qué me piense de estas cartas y destos presentes: por una parte, veo y toco la fineza de estos corales, y por otra, leo que una duquesa envía a pedir dos docenas de bellotas.

Las capas y casullas se apilaban en los estantes por clasificación de tonos, con la esclavina fuera del montón, para que pudieran admirarse los prodigios del bordado. Todo un mundo de figurillas vivía con la fuerza del color en unas cuantas pulgadas de tela. El arte asombroso de los antiguos bordadores daba a la seda las apariencias de vida de la pintura.

Miss Nicholson había sido informada por la señora de Aymaret del viaje del marqués, pero con tantas reticencias que la joven americana no hubiera podido admirarse de una decepción; mas, ¿cómo justificar ante la vizcondesa aquella traición a la palabra dada, traición que despertaría necesariamente en la perspicaz señora sospechas fundadísimas?