United States or Jersey ? Vote for the TOP Country of the Week !


Llevaba ramos para la mamá y las niñas, y estuvo locuaz, atrevido, aunque, con gran desencanto de Amparito, no intentó como los otros, subir por la fachada, sistema que a ella le parecía muy interesante. Por la tarde, Nelet enganchaba la galerita, y a la Alameda, donde la fiesta tomaba el carácter de una saturnal de esclavos ebrios.

¡Fuera de allí! La señora deseaba salir del Clòt, donde la gente se codeaba con la mayor grosería y por dos veces había estado su velo próximo a rasgarse. Ella y Nelet, que marchaban con cuidado para librar al pavo de tropezones, entraron otra vez en el Trench, buscando los postres, la tiendecilla del turronero establecido en un portal.

Ya no eran las deudas y los apuros pecuniarios las amarguras de la vida; ahora, la fatalidad, según ella decía, complacíase en agobiarla con nuevos golpes, quitando a la familia los escasos medios que la restaban para sostener su prestigio. Aquella mañana había sido de prueba para las de Pajares. Nelet el cochero subió muy alarmado a dar cuenta a sus señoras de que el caballo estaba enfermo.

Doña Manuela comenzó sus compras, emprendiendo con las vendedoras una serie de feroces regateos, más por costumbre que por economía. Nelet, levantando las tapas de la cesta, iba arreglando en el interior los manojos de frescas hortalizas, mientras la señora no dejaba tranquilo un solo instante su limosnero, pagando en piezas de plata y recibiendo con repugnancia calderilla verdosa y mugrienta.

Era la nodriza de Amparito, una huérfana de las inmediaciones de Alboraya, madre del cochero, y que había criado en su barraca a la señorita. Nelet era un retoño digno de tal árbol, pues en el rostro pecoso, mofletudo y de tirante piel que mostraba la tía Quica bajo su pañuelo de hierbas notábase la misma brutalidad jocosa y resuelta de su rústico vástago.

Un día es un día; hay que dar a la juventud lo suyo, y ella ¡ay! recordaba enternecida cuando el doctor Pajares era estudiante y se sentaba a su lado en la mesa. La merienda se animaba. Nelet había encendido la lámpara del comedor, y los moscardones y mariposas del vecino jardín, atraídos por la luz, aleteaban nerviosamente, chocando con la pantalla de porcelana.

Pero la intensa risa que esto la producía desvanecióse al oír un cacareo angustioso, un estertor de muerte que salía de la cocina. Allá fueron ellas, y al entrar vieron a Nelet el cochero en mangas de camisa, con un cuchillo en la mano, ocupado, con la gravedad de un sacrificador, en abrirle el gañote a un robusto capón que sostenía Visanteta por las patas.

Mientras tanto, las cestas de Nelet y Visanteta se llenaban hasta los bordes, y en el rostro de los dos criados iba marcándose el gesto de mal humor. ¡Vaya una compra! El bolso de doña Manuela parecía un cántaro sin fondo que iba regando de pesetas todo el Mercado. Abandonaron las carnicerías para entrar en el mercado de la fruta, entre los dos pórticos.

Cuando tuvo en su poder los regalos, entonó un interminable himno de gracias, desbordándose en elogios, que, en forma de consejos, dirigía a su hijo. Mira, Nelet; bien puedes servir a las siñoras. A ver si te portas bien; tu padre, el tío Sentó, tendrá un disgusto si faltas a la obligasión. Bien puedes trabajar.

Mientras su mirada se perdía en el fondo del capazo que Nelet tenía abierto a sus pies, decía con la risita burlona que a doña Manuela, según confesión propia, le «requemaba la sangre»: De compras, ¿eh...? Yo también voy danzando por el Mercado hace más de una hora. ¡Válgame Dios, cómo está todo!