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Otras estatuas de mujeres medio desnudas, blancas ó metálicas, se guarecían en los hornacinas de los muros, y también resultaba un misterio su nombre y su significación. Aunque el palacio pretendía deslumbrar y acariciar con sus oros y sus tiernos colores, las gentes que iban á él apenas se fijaban en tales magnificencias.

De esas hornacinas que un arco minúsculo decora, y donde los musulmanes guardan, llenas de agua escogida, ánforas, más o menos hermosas, cuyo consuelo cantan las inscripciones en voladoras alabanzas que suben hasta los astros. En aquel momento sólo aparecían en su interior dos babuchas femeninas color de cinabrio.

La rica talla, algún tanto churrigueresca del retablo, desaparecía bajo una espesa capa de polvo y de telarañas, y las varias imágenes que ocupaban las hornacinas parecían tener esa palidez lívida que indica en los hombres lo supremo del espanto.

¡Ni una bala! ¡ni una bala! ¡San Nicolás! ¡Santa Bárbara, y todos los santos del calendario, si no venís en mi auxilio gritó Kernok en un estado de espantosa exasperación , juro hacer añicos vuestras hornacinas del mismo modo que rompo este compás! ¡Y que un rayo me pulverice si queda piedra sobre piedra de una sola de vuestras capillas en toda la costa de Pempoul!

Los dos jóvenes se alejaron de este rincón, volviendo a la avenida central. Remataba ésta en un edificio abierto, especie de ábside, que ocupaba el fondo del cementerio, con muros en semicírculo y media cúpula. En las paredes habíanse abierto grandes hornacinas con ricas urnas funerarias. Los segmentos de la bóveda ostentaban varias pinturas representando la resurrección de Jesús.

Varios grupos de muchachos corrían vociferando por las riberas del Nervión. Algunas mujeres daban alaridos, haciendo la señal de la cruz. ¡Se iba acabar el mundo!... Un tropel de desalmados, furiosos después de la lucha en el Arenal, se habían esparcido por las Siete Calles, escalando las hornacinas que cobijaban las imágenes de los patronos de aquella Bilbao tradicional.

Compónese de dos cuerpos de estilo plateresco, y luce maravillosos trabajos de escultura, así en los capiteles de sus elegantes pilastras como en los camafeos que adornan los netos, en las estatuas amparadas de sus graciosas hornacinas, y en los soberbios escudos de armas que pregonan el apellido del fundador de tan insigne monumento.

En cambio, otros muchos muertos ilustres duermen el sueño eterno en el antiquísimo templo salmantino, donde se ven tendidas sobre magníficas tumbas sus calladas estatuas, ora dentro de hornacinas labradas en el espesor de los muros, ora en medio de suntuosas capillas.

«Estaba conforme, aquello era una profanación. ¡Qué pesadez la de aquellos doseletes, la de aquellas hornacinas! ¡Vaya si eran pesados! Como que el Infanzón temía que se le cayeran encima; porque se meneaban, sin duda. Pero ¡buen Dios! añadía para sus adentros; si el género plateresco es cargante y pesadísimo ¿dónde habrá cosa más plateresca que este señor don Saturnino?».

El Izarra presenta también motivos de fantasía para las imaginaciones vagabundas; en ese alto acantilado, paredón gigantesco, pizarroso, con vetas blancas, las hornacinas se abren como esperando una imagen; los balcones, ribeteados por liquenes verdes, se alargan en lo alto. Podría asomarse allí una ondina o una hada.