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Los primeros perfumes de la naciente primavera se extendieron por el cuarto, que olía á medicinas, y cuyo ambiente pesadísimo parecía cargado de insomnio y suspiros. Pepeta, la pobre bestia de trabajo, muerta para la maternidad y casada sin la esperanza de ser madre, perdió su calma á la vista de aquella cabecita de marfil orlada por la revuelta cabellera como un nimbo de oro.

Vamos, cállate ya. ¡Qué pesadísimo te pone el vino! Velázquez, que estaba hablando con Frasquito, oyó la disputa de los esposos y dijo: Tiene razón Pepe. Soledad está obligada á dar gusto á la reunión, y aunque le cueste trabajo lo hará... Y añadió alzando la voz: Soledad, hija mía, haz el favor de venir un momento. La tabernera apareció en seguida. Estos señores desean que bailes un poquito.

Diógenes no se dio cuenta de haber recibido la extremaunción, y tranquilo en parte por la respuesta del fondista comenzaron a abrirse paso otros pensamientos entre las espesas nieblas que envolvían su mente... Mas un sopor pesadísimo, un letargo profundo, que tenía ya dejos de la muerte, avasallaba a veces todo su ser y esparcía acá y allá aquellas ideas que se afanaba por coordinar, apareciendo estas entonces como imperceptibles puntos luminosos flotando en una inmensa bruma, alejándose lentamente, apagándose poco a poco todos ellos hasta quedar uno solo, que ora se le presentaba desconsolador como la candela de la agonía, ora triste como el cirio que arde ante un muerto, ora terrible como un resplandor de las llamas del infierno: ¡era la idea de morir, acompañada y rodeada de la incertidumbre de lo eterno!...

Se me antojó subir hasta lo más alto y sentarme un momento dentro de la cabeza del coloso, un saloncito redondo alumbrado por dos ventanas que son los ojos. A pesar de esos ojos abiertos un dirección al horizonte azul de los Alpes, el calor allá dentro era asfixiante. El bronce caldeado por el sol, me envolvía en un calor pesadísimo. Fueme preciso bajar más que a escape. Pero, lo mismo da.

«Estaba conforme, aquello era una profanación. ¡Qué pesadez la de aquellos doseletes, la de aquellas hornacinas! ¡Vaya si eran pesados! Como que el Infanzón temía que se le cayeran encima; porque se meneaban, sin duda. Pero ¡buen Dios! añadía para sus adentros; si el género plateresco es cargante y pesadísimo ¿dónde habrá cosa más plateresca que este señor don Saturnino?».

Tristán le acompañó hasta la puerta. Al llegar a ella García le dijo misteriosamente: Espero que marchará bien, ¿sabes? Pero si se descompone no tienes más que avisarme, que yo lo llevaré para que lo arreglen. Bien, hombre, gracias respondió Tristán sin poder reprimir una sonrisa. Luego, cuando tornó al comedor, entró diciendo: ¡Pero qué pesadísimo es este pobre García!

Las mujeres le habían contado... él tenía un sueño pesadísimo... ¿De modo que no había sido nada?... Escuchó con los ojos bajos y los pulgares juntos el breve relato del señor. Luego fue a la puerta, para contemplar las huellas de los proyectiles. Un milagro, don Jaime, un verdadero milagro.

Y para comunicar a la obra el «estilo propio», cambiaba de lugar las comas o el orden de las palabras; escribía «ilustre» allí donde Maltrana había puesto «célebre», o viceversa. Un trabajo pesadísimo para él... ¡Y aún habría quien dudase, al publicar el libro, de que era obra suya!...

Y reproduciendo en su mente el espectáculo de los escombros que había visto a dos pasos de allí, pensó que para encontrar la carta era preciso levantar muchas varas cúbicas de polvo y astillas, un cadáver y el pesadísimo pie de la curia, puesto sobre el tesoro, como el pie del pilluelo que pisa la moneda caída, mientras su dueño la busca paseando los ojos por la tierra.

Lo mejor en estos casos para hacerse cargo del asunto es verlo por propio. ¡Al que se meta contigo no le arriendo la ganancia!... La verdad es que, bien mirado, una niña de catorce años no tiene derecho a poseer unos brazos como esos. Marta suspendió su obra para reír. ¡Jesús, qué pesadísimo eres, criatura; no se te puede sufrir!