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Tristán le acompañó hasta la puerta. Al llegar a ella García le dijo misteriosamente: Espero que marchará bien, ¿sabes? Pero si se descompone no tienes más que avisarme, que yo lo llevaré para que lo arreglen. Bien, hombre, gracias respondió Tristán sin poder reprimir una sonrisa. Luego, cuando tornó al comedor, entró diciendo: ¡Pero qué pesadísimo es este pobre García!

No será la primer vez... Pero como usté me tenía alvertiu de tiempus atrás que si se presentara una proporción de esas, la aprovecharía con gustu... Tienes razón, y has hecho muy bien en avisarme... ¡Vaya si te lo agradezco!... hasta por la reserva con que lo haces, sin duda para que no se entere mi tío. ¿No es verdad?

Yo seré para usted todo lo que puede ser un hombre de corazón y honradez. Tenga usted en la confianza que se tiene en lo que nos ha de salvar.... Y ahora, Clara, me voy. Pero no tardaré en volver á dar mis órdenes á la pobre prisionera, cuya felicidad pende de . ¡Qué orgullo siento en esto! Yo estaré siempre alerta. Si le ocurre á usted una nueva desventura, no necesita avisarme.

¿No has podido avisarme antes? díjole Hullin con voz semejante a un aullido . ¿No te encargué que vigilaras el barranco? ¡Estamos cercados! ¡Ahora nos cogerán de flanco y cruzarán el camino más lejos! ¡Todo se lo ha llevado el demonio!

Procurad saber quién es ese hombre de que la reina se ha valido; averiguado que sea, hacedle prender, y esto al momento. Después, id á avisarme al alcázar. Don Rodrigo conoció que la orden era perentoria, y fué á salir. No, por ahí no; tomad mi linterna; vais á salir por el postigo; de paso mirad si hay algún muerto en la calle, ó al menos señales de sangre. ¡Ah!

Un chasque dijo don Carlos ha venido á mi estancia para avisarme que el comisario había encontrado la vaca que me robaron... Y don Roque no ha enviado á nadie, ni sabe una palabra. ¿Ha visto usted qué historia tan sin gracia? ¿Quién será el hijo de... tal que ha querido darme esta broma? Robledo escuchó algunos momentos, fingiendo interés por el asunto, y continuó su marcha.

De mi parte y de la de todos estos cristianos que están conmigo, te ofrezco de hacer por ti todo lo que pudiéremos, hasta morir. No dejes de escribirme y avisarme lo que pensares hacer, que yo te responderé siempre; que el grande Alá nos ha dado un cristiano cautivo que sabe hablar y escribir tu lengua tan bien como lo verás por este papel.

Procuradlo... y no dejéis de avisarme... de lo más mínimo que descubráis acerca de esos amores. ¡Oh, Dios mio! ¡Quién pudiera creerlo!... ¡quién pudiera siquiera sospecharlo!... ¡la reina!... Es en verdad muy extraño... pero ello en fin... y yo he podido equivocarme. ¡Oh! ¡si os hubiérais equivocado!

¿Esta también? dijo para Montiño . Pero, señor, ¿qué pasará en mi casa? Os esperaba con impaciencia para haceros algunas graves preguntas. ¿Puedo yo contestar á ellas? Indudablemente. Pues bien, escucho. ¿Tenéis un sobrino? , señora. ¿Se llama Juan Martínez Montiño? , señora. ¿A qué ha venido ese joven á la corte? Ha venido... pues... ha venido á avisarme de que mi hermano se moría.

Vais ahora mismo a llevar la gran noticia a los compañeros. ¡Materne, mucho cuidado! Al menor movimiento no dejes de avisarme. Se acercaron todos a la casa, y Juan Claudio, al pasar, vio la tropa de reserva, y a Marcos Divès montado a caballo en medio de sus hombres. El contrabandista se quejaba amargamente de permanecer con los brazos cruzados.