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El inspector escuchó su denuncia con indiferencia y sólo respondió con un «bien, bien; ya veremos: no hay que preocuparse de eso» que dejó descorazonado a nuestro profesor. Es que, señor inspector, si esa canalla se obstina en armar bronca no respondo de lo que pueda suceder en el teatro. Pierda usted cuidado; yo respondo de ellos... y de usted también replicó el inspector con sorna.

Cierta mañana, después de haber pasado una terrible noche de insomnio, noche de fiebre y terror en que de todos los rincones de la estancia acudieron flotando grandes figuras sombrías a incitarle a proseguir en su obra de regeneración; en que escuchó voces proféticas que le anunciaron gloria inmortal, se arrojó violentamente del lecho dispuesto a todo. ¡A todo!

Estaba el oficinista leyendo una novela junto á su ventana, y al ver á Canterac se acodó en el alféizar para hablarle de los trabajos realizados. Hay cerca de doscientos hombres y cuarenta carretas que ganan plata en lo del parque. El ingeniero, siempre á caballo, escuchó las explicaciones que le fué dando Moreno desde su ventana. Le he quitado estos hombres á Pirovani ofreciéndoles doble jornal.

Aquel mismo día fui a consultar a uno de los abogados de más fama. Me escuchó con atención, y cuando hube concluido, me dijo: No veo el medio de arrancar a esa mujer su secreto: el tormento está abolido hace muchos años; por consecuencia, si esa mujer tiene un gran interés en ocultar la procedencia de la protegida de usted, nada confesará. Queda sin embargo un medio. ¿Cuál? El dinero.

¿Reuma? exclamó Tirso, sonriendo bárbaramente. ¡Reuma! ¡No tiene Vd. mal reuma! Gota, y de la fina, es lo que tiene usted. El infeliz escuchó con indecible espanto la brutal revelación.

Y fue muy notable lo que se reparó comunmente, que ni en la ejecución de las sentencias, ni en el camino, siendo tan natural la compasión en quien mira padecer, de quien no se halla ofendido y más en mujeres y con mujeres y de pocos años, no se escuchó una voz de lástima, como sucede a cada paso cuando se lleva a la horca un malhechor.

Creyó que Ana le seguiría, le llamaría, lloraría.... Pero pronto se sintió abandonado. Llegó al portal. Se detuvo, escuchó... Nada, no le llamaban. Desde la calle miró a los balcones. Ninguno se abría. «No le seguían ni con los ojos. Aquella mujer se quedaba allí. Todo era verdad.

Y Martí tomó asiento y escuchó tranquilo, de labios pálidos de cólera, alusiones injustas; y cuando fue a la tribuna él, y el público esperaba que se desatara en denuestos, que vaciara su ira sobre cuantos le eran contrarios, fueron sus palabras como voces de perdón.

Dispense V.E. ... el señor duque está bueno.... Me parece que aún está en su gabinete.... En aquel momento una doncella, que desde el fondo del corredor la vió y escuchó sus preguntas, corrió toda azorada a avisar a la señora. Clementina también subió con pie rápido la escalera del piso principal.

Tocó á su vez al capitán el levantarse y abrazar estrechamente á su primo. El ingeniero contempló aquella figura estrafalaria y escuchó tales palabras con asombro. Los demás le hicieron disimuladamente señas de que se trataba de un excéntrico. Bien está lo que mi venerable amigo el señor de las Matas de Arbín acaba de manifestarnos dijo Antero levantándose de nuevo.