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La interpelada estuvo muy dispuesta, y todas se pusieron á escucharla con gran atención; y nosotros con ellas. Era vez y vez una cabra, muy mujer de bien: que tenía tres chivitas que había criado muy bien, y metiditas en su casa. Si alguna vez me necesitas, ve á aquel paredón derrumbado, que allí está mi convento. Dicho lo cual, echó á volar cantando maitines.

Enfrente se levanta un paredón ruinoso, resto de un antiguo palacio; a la derecha veo las ruinas de una iglesia, con la portada clásica casi intacta, con un arco ojival fino y fuerte, que se destaca en el cielo radiante y deja ver, en la lejanía, entre su delicada membratura, el ramaje seco de un álamo erguido en la llanura inmensa... A la derecha, otra iglesia ruinosa permanece cerrada, silenciosa, y se desmorona lenta e inexorablemente.

¿En dónde lo trincasteis? insistió el señor con más interés que nunca, dando dos cuartos al raquero. Pos en esa freata que están aforrando en el paredón contestó Cafetera con la mayor sencillez, guardándose los cuartos en el faldón de la camisa y escupiendo por el colmillo.

Eso es... Otro caso más raro: tiene mucha afición al dibujo y a la pintura, y sus avíos correspondientes para lo uno y para lo otro... A lo mejor le ven ustedes encaramado en el Miradorio, o acurrucado en la vega, o delante de un paredón viejo, con el pincel en una mano, su cajita de colores en la otra, un pomito con agua a un lado y su libreta sobre las rodillas, pinta que pinta.

Desvía la yegua, se persigna, se aparta, se aleja definitivamente, volviendo de cuando en cuando la cabeza para ver el negro bulto, sobre el fondo verde de la hierba y la blancura gris del paredón.... ¡Ah! No, no olvida nada Julián.

El Izarra presenta también motivos de fantasía para las imaginaciones vagabundas; en ese alto acantilado, paredón gigantesco, pizarroso, con vetas blancas, las hornacinas se abren como esperando una imagen; los balcones, ribeteados por liquenes verdes, se alargan en lo alto. Podría asomarse allí una ondina o una hada.

Un paredón maldito frente al hotel quita la vista del mar; esperamos pacientemente y sólo vemos el buque cuando está a punto de fondear... ¡No es el nuestro! Pasábamos el día entero en el muelle, presenciando un espectáculo que no cansa, produciendo la punzante impresión de los combates de toros.

En esta época me decía el comandante se ven aquí caras que no volverá usted a ver en todo el año...¡Y que las hay retrecheras!... Otras veces nos íbamos hacia la orilla del río, donde las noches de luna no encienden los faroles. A lo largo del paredón que separa el paseo del muelle había muchos bultos de mujeres sentadas en el banco de piedra con respaldo de hierro que lo guarnece.

Don Rosendo subió al segundo cuerpo del paredón, y encontró allí ya a don Melchor de las Cuevas. Era éste un caballero alto, muy alto, enjuto, afeitado a la usanza de los marinos, esto es, dejando la barba por el cuello como una venda.

Correrla entre nosotros, equivalía á pasar las horas de la cátedra jugando á paso en el Prado de Viñas, ó pescando luciatos en el Paredón, ó acometiendo alguna empresa inocente en el Alta.