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Otra vez quedaron inmóviles en el espacio las máquinas voladoras al ver al coloso tendido en mitad de la ladera, cerca ya del cordón de tropas. No quisieron continuar su arrastre y aflojaron los cables para que sintiese menos su cortante tirantez. Reconociendo la inutilidad de sus esfuerzos y humillado por su caída, Gillespie sólo supo llorar.

Los bárbaros se burlaban de los elementos: lo mismo se deslizaban en sus voladoras naves por los mas caudalosos rios, corriente arriba, que se burlaban de la furia de las tempestades en el Océano, donde con razon eran denominados los reyes del mar; dejábanse caer como nube de langostas sobre las ciudades y los campos, á su contacto ardian de súbito las mieses, las casas quedaban reducidas á humeantes escombros, los moradores á dura servidumbre, y los ganados y riquezas pasaban á sus naves! ¡Grande turbacion padecia la cristiandad durante aquella invasion sangrienta, pagana, encarnizada!

Convencido de que su triste situación no tenía remedio, se había sumido en ella con una calma fatalista. El embrutecimiento del continuo trabajo borraba todos sus conatos de rebeldía. Después de haber sido arrastrado y maltratado por las máquinas voladoras, ya no despreciaba á los pigmeos y tenía por menos vil la esclavitud á que le habían sometido.

Ningún país, durante los largos siglos de tiranía masculina, pudo alabarse como nosotras da no haber tenido en cincuenta años un solo gobernante ó un solo empleado que fuese ladrón. Todo lo dirigen las mujeres: las escuelas, las fábricas, los campos, los buques, las máquinas de locomoción terrestres y voladoras, y la vida es más dulce, más pacífica que antes.

Fuera de aquel enorme edificio se estaba condensando una nube de hostilidad que iba á estallar al día siguiente sobre la cabeza del gigante. Gran parte de las tropas habían quedado al pie de la colina vivaqueando. En lo alto permanecía inmóvil una escuadrilla de máquinas voladoras.

Por ellos supo que una comisión de médicos había sido enviada para que curasen al gigante las heridas de las manos y los pies producidas por los cables metálicos. Ya estaba más tranquilo y parecía resignado á su nueva situación. Las máquinas voladoras continuaban teniéndolo sujeto al extremo de sus hilos, obligándole con crueles tirones á obedecer las órdenes del jefe de la escuadrilla.

Uno de ellos pasó muy cerca de sus ojos, y entonces pudo descubrir que era una mujer, aunque más joven y esbelta que la profesora de inglés. Los otros soldados tenían idéntico aspecto y también eran mujeres, lo mismo que los tripulantes de las máquinas voladoras. Sus cabelleras cortas y rizadas, como la de los pajes antiguos, estaban cubiertas con un casquete de metal amarillo semejante al oro.

Al mismo tiempo surcaban el espacio, como si fuesen cometas de distintos colores, los ojos de las máquinas voladoras con sus largas colas de luz. Abajo, en la obscuridad del mar, se deslizaban igualmente otras estrellas con todos los fulgores del iris. Por el aire y por el agua, un movimiento continuo y extraordinario iba llevándose fuera de la capital miles y miles de seres.

Día y noche permanecían inmóviles en el espacio, sobre la vivienda del gigante, dos máquinas voladoras, que se relevaban en este servicio de monótona vigilancia. Si intentaba ir hacia la capital, ó si avanzaba por el lado opuesto más allá del río, sentiría inmediatamente en su cuello el enroscamiento de uno de aquellos hilos de platino que le amenazaban con la decapitación.

Veía entrar y salir en el puerto los buques, que parecían juguetes de estanque, y llegar por el aire, sobre la llanura oceánica ó sobre las montañas, innumerables máquinas voladoras llevando sobre sus lomos y sus pintarrajeadas alas pasajeros y mercancías procedentes de misteriosos países.