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Todas las columnas, rojas ó amarillas, tenían capiteles de diversos colores. Predominaba en los muros el negro charolado con el rojo y el ámbar, ocupando su centro un pequeño cuadro, las más de las veces erótico. En los frisos cabalgaban amores y tritones entre emblemas campestres y marítimos.

Además de toda la nobleza de su casa y parentela, y de los príncipes de la sangre que cabalgaban en soberbios caballos, apelados por cuadrillas y ostentando las galas y preseas más ricas, iban los ulemas, los imanes, los wazires y cadíes, cada cual en el lugar que le correspondía.

Entreclara era la noche, y por lo bien cuidado del jardín, por las estatuas que acá y allá se encontraban para su adorno, y por sus bancos y asientos de labradas, aunque en apariencia rústicas maderas los unos, y de blandos céspedes, como formados por la naturaleza, los otros, que al descanso y al regalo por todas partes convidaban; y por la hermosa fuente de alabastro que en el centro se veía, con su taza que a una gran concha se asemejaba, sostenida por delfines, en los que cabalgaban amorcillos, y de la cual caía en claras cintas el agua, causando un dulce ruido, que al sueño convidaba, no pudo menos de apercibirse de que en el jardín de una casa principalísima había entrado, y de que aquella casa no podía ser otra que la de la nobilísima, y, sobre todo encarecimiento, bella indiana, cuya parte principal daba a la calle de las Sierpes.

Momentos después cabalgaban ambos señores y la dama entre ellos, escoltados por el joven Pleyel. Habíase retardado Roger en el mesón llamando á los arqueros, cuando oyó una voz angustiada pidiendo favor á gritos.

13 Después de él juzgó a Israel Abdón hijo de Hilel, piratonita. 14 Este tuvo cuarenta hijos y treinta nietos, que cabalgaban sobre setenta asnos; y juzgó a Israel ocho años. 15 Y murió Abdón hijo de Hilel, piratonita, y fue sepultado en Piratón, en la tierra de Efraín, en el monte de Amalec.

Bastó a los muchachos dirigir una mirada hacia aquel sitio para gozar del más sorprendente espectáculo: unos veinte cosacos, hombres de revueltas barbas rubias, que llevaban a la cabeza gorros de viejas pieles en forma de tubos de chimenea, que cubrían sus escuálidos cuerpos con mugrientos harapos, cabalgaban, apoyados en estribos hechos de cuerda, en caballitos de crines flotantes que les llegaban al petral, de cola escasa y grupa amarilla, negra y blanca como de cabras.

Siempre la razón de estado, Chandos, que vos sacáis á relucir no sólo en la sala del consejo sino camino de fiesta tan alegre y lucida como ésta. ¿Y qué piensan de ella mis hermanos de Castilla y Mallorca? preguntó dirigiéndose á los príncipes españoles, que á su derecha cabalgaban.

Doscientos jinetes pesadamente armados precedían al duque de Lancaster y su brillante séquito, en el que descollaban cuatro heraldos cuyos luengos tabardos llevaban bordadas sobre el pecho las armas reales. Á uno y otro lado del joven príncipe cabalgaban los dos senescales de Aquitania, Guiscardo de Angle y Esteban Cosinton, portando el primero la bandera del ducado y el segundo la de San Jorge.

Roger y su compañero Froilán de Roda habían ido á Bristol para apresurar la terminación y entrega de la última remesa de arcos de repuesto que el barón tenía encomendados á los armeros de aquella ciudad. Acercábase el día de la partida. Los dos escuderos, terminada su comisión, cabalgaban por el camino de Salisbury y Roger notó con sorpresa el insólito mutismo de su compañero.

Todo el tiempo que permaneció allí habitó un toldo en el centro de un potrero de alfalfa, y ostentó, porque era ostentación meditada, el chiripá. Reto e insulto que hacía a una ciudad donde la mayor parte de los ciudadanos cabalgaban en silla inglesa, y donde los trajes y gustos bárbaros de la campaña eran detestados, por cuanto es una provincia exclusivamente agricultora.