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Bastó a los muchachos dirigir una mirada hacia aquel sitio para gozar del más sorprendente espectáculo: unos veinte cosacos, hombres de revueltas barbas rubias, que llevaban a la cabeza gorros de viejas pieles en forma de tubos de chimenea, que cubrían sus escuálidos cuerpos con mugrientos harapos, cabalgaban, apoyados en estribos hechos de cuerda, en caballitos de crines flotantes que les llegaban al petral, de cola escasa y grupa amarilla, negra y blanca como de cabras.

Y como siempre que soñaba, veía a su madre, perdida, como sus hermanos, en la gran ciudad, la odiosa escena de la Boca se reprodujo con fidelidad pasmosa: el buque atracado al muelle; el muelle atestado de curiosos; sobre la cubierta el montón de indios sucios, desgreñados, hediondos, como piara de cerdos que se lleva al mercado, cohibidos y temblando, por lo que ven y lo que temen; las mujeres, cerca del marido; las madres, apretando a los hijos junto a los senos escuálidos y tratando de ocultar a los más grandes bajo sus andrajos... Y un militarote, que arrastra su sable con arrogancia, procede al reparto entre conocidos y recomendados, separando violentamente a la mujer del marido, al hermano de la hermana, y lo que es más monstruoso, más inhumano, más salvaje, al hijo de la madre.

El mísero rebaño pasó ante doña Manuela con triste chancleteo, y la señora no pudo reprimir un movimiento de repulsión ante aquellas cabelleras greñudas y encrespadas que servían de marco a rostros escuálidos y sucios, en los que la piel tomaba aspecto de corteza. ¡Gran Dios, qué gente!

Amenaza á cuanto encuentra; ora parece que va á triturar los salambaw, escuálidos aparatos de pesca que en sus movimientos semejan esqueletos de gigantes saludando á una antidiluviana tortuga; ora corre derecho ya contra los cañaverales, ya contra los anfibios comederos ó kárihan, que, entre gumamelas y otras flores, parecen indecisas bañistas que ya con los piés en el agua no se resuelven aun á zambullirse; á veces, siguiendo cierto camino señalado en el río por troncos de caña, anda el vapor muy satisfecho, mas, de repente un choque sacude á los viajeros y les hace perder el equilibrio: ha dado contra un bajo de cieno que nadie sospechaba...

Andrajosos y escuálidos niños se unieron al coro, y agarrándose a la falda de la infeliz alcarreña, le pedían pan, pan. Compadecida de tantas desdichas, fue la anciana a la tienda, compró una docena de panes altos, y dividiéndolos en dos, los repartió entre la miserable cuadrilla.

Entre personas que todos los días se ven y se hablan, y no se quieren bien, es imposible que en breve plazo no deje de estallar la discordia. La ocasión fué ésta. Tenía el ejemplar en la mano Maza, cuando acercándose don Rufo por detrás, exclamó en tono jocoso: ¡Vaya unos cocodrilos escuálidos! No son cocodrilos manifestó Maza en tono seco y desdeñoso, sin levantar la cabeza.

Eran ya pasadas las cuatro de la tarde cuando el Secretario del Santo Oficio entregó los relajados al Corregidor y a sus tenientes. Los reos fueron montados sobre escuálidos jumentos, y la trágica procesión enderezó por la Calle de las Armas, camino del quemadero. El auto continuaba, pero los familiares, según la nueva costumbre, subieron en sus caballos para presenciar el suplicio.

Aquí una vieja estampa sentimental representaba la Princesa Poniatowsky en momento de recibir la noticia de la muerte de su esposo; allí el cuadro del Hambre; enfrente, dos amantes escuálidos, esmirriados y de pie muy pequeño, él de casaca con mangas de pemil, ella con sombrero de dos pisos, se juraban fidelidad junto a un arroyo... Si D.ª Laura no se incomodase, Isidora arrojaría a la calle las tres laminotas... Pues, ¿y la cómoda con su cubierta de hule manchado?

Si se oye al pasar el martilleo de los talleres ó el ruido de los telares ó pequeñas fábricas de distintos objetos, se siente también á cada paso el clamoreo de las bandas de mendigos harapientos y escuálidos. Si se admiran las maravillas del arte divino, se siente una profunda tristeza al sondear la prostitucion que mina á algunas clases.

Miguel había oído varias veces citar su nombre entre los astros del toreo; pero como gloria pasada; tanto, que lo juzgaba retirado hacía tiempo. El hermano era un muchacho de veinticinco o veintiséis años, buen mozo, de rostro hermoso aunque algo afeminado. Merluza un jayán monstruosamente feo. Los dos aficionados, jovencitos barbilampiños, escuálidos, y vestidos a la última moda.