United States or Angola ? Vote for the TOP Country of the Week !


Si salen con ella un domingo por la tarde, se van parando en todas las tabernas del camino, dejándola, si se tercia, a la pobrecilla a la puerta, o llamándola para que oiga alguna sandez, que la pone más colorada que una amapola... ¡Calle, calle, señora, si hay cada mostrenco que, como Dios me ha de juzgar, no vale el pan que come!... El otro día encontró a Tomasina... ya sabe, la del tío Rufo, que no hace tan siquiera un año que se casó con un oficial de Próspero... Pues iba en aquel mismo instante a por dos reales en casa de su padre para comprar un pan, porque en todo aquel día no había comido un bocado.

¡Oh, , señor!... es verdad... tiene usted mucha razón. A todo el mundo le gustan... Pero es un vicio muy caro... Sólo los grandes potentados como el señor Duque pueden permitirse... Don Rufo se confundía, creyendo haber dicho una necedad. ¿El señor Duque posee muchos cuadros de los mejores pintores, según tengo entendido? dijo a la sazón don Rosendo para salvar a su compañero.

Saludad a Pérsida amada, la cual ha trabajado mucho en el Señor. 13 Saludad a Rufo, escogido en el Señor, y a su madre y mía. 14 Saludad a Asíncrito, y a Flegonte, a Hermas, a Patrobas, a Mercurio, y a los Hermanos que están con ellos. 15 Saludad a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, y a Olimpas, y a todos los santos que están con ellos. 16 Saludaos los unos a los otros con beso santo.

-Que me place -respondió el barbero-. Y aquí vienen tres, todos juntos: La Araucana, de don Alonso de Ercilla; La Austríada, de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrato, de Cristóbal de Virués, poeta valenciano.

Pero Venturita había observado el movimiento de Gonzalo, su sorpresa y las palabras que dirigió a Cecilia. Se puso colorada, y bajó la voz. Luego, observando la mirada burlona de su marido, le clavó otra, relampagueante y colérica. Mientras tanto, doña Paula explicaba a don Rufo la marcha de su dolencia.

¿Qué Jame, niña? preguntó doña Paula. Nada, nada, cualquier tontería... ¿Conque te han probado bien las pildoras?... Si don Rufo, por más que digan, entiende... ¡Vaya si entiende! se apresuró a decir Ventura con voz temblorosa, la faz tan descompuesta, que su madre la miró sorprendida. Jame está aquí... Tene chocho... Ven, abuelita. La niña tiró del vestido a la señora.

Salía en coche a dar largos paseos con Cecilia o con Ventura, y solía llevar a su nieta Cecilita, en quien adoraba. Don Rufo hablaba de la necesidad de trasladarse a otro clima, a otro país más elevado sobre el nivel del mar, donde el aire tuviese menos presión.

Luego procedía de la misma cepa, porque su padre era carlista y su abuelo lo había sido también. Además podía dispensarse hasta cierto punto que don Rosendo Belinchón, don Rudesindo, Alvaro Peña y don Rufo, todos hombres que significaban algo en la villa, se despachasen a su gusto... ¡pero aquel petate!... ¡aquel hambrón!

Si algún defecto podía ponérsele, era el de ajustarse demasiadamente al original. Un día se aventuró a decir que «la condesa había echado mano al botón de su secretario». Esta declaración levantó tan gran polvareda entre la gente ignorante, que don Rufo, justamente irritado, dejó la traducción del folletín. Se le encomendó a un piloto que había hecho muchos años la carrera de Bayona.

Don Jerónimo se sentó, dejando el auditorio sumamente agitado, bajo el peso de esta profecía aterradora. Avanzó acto continuo hasta las candilejas, don Rufo, el médico de la villa, hombre flaco, con barba de cazo, y gafas de oro. A las pocas palabras declaró explícitamente que, en su opinión, el pensamiento no es más que una función fisiológica del cerebro y el alma un atributo de la materia.