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Llamó, pues, un día á doce de los más fervorosos cristianos, y de igual ánimo en los peligros, y con gran copia de razones les exhortó á que quisiesen ser sus compañeros en aquella empresa, diciéndoles que en el cielo les daría Dios el galardón de lo que por su amor padeciesen; que debían procurar el bien de los otros y moverse á compasión de tantas almas oprimidas de la tiranía del demonio, de quien ellos, por la misericordia divina, habían sacudido el yugo; que no se espantasen de los trabajos y riesgos que se les ofrecían porque corría por cuenta del cielo el librarlos de ellos; fuera de que él sería el primero en exponerse á los peligros y ellos en su seguimiento vendrían pisando sus huellas; él tantearía primero los vados de los ríos, se arrojaría por los pantanos, echaría mano del hacha, y si osasen acometerlos los bárbaros, él se ofrecería á servirles de escudo.

Antonieta extendió la mano hacia el foso y dijo, con voz resuelta: ¡Antes me arrojaría por esta ventana! Ruperto se asomó y volviéndose después hacia ella, dijo: ¡Vamos, Antonieta, usted se chancea! ¿Es posible? ¡Por Dios, qué dice usted!

¡Adelante, pues, para salvarla, si no es demasiado tarde! El doctor daba vueltas en su cuarto, buscando algo, sin saber qué. Luego tomó de nuevo la carta. ¿Y qué es lo que me pides? Hija, hija mía, ¿te figuras que sea cosa tan fácil violar un juramento, renunciar, como se arrojaría un cascarón vacío, a los deberes a los cuales uno ha permanecido fiel durante medio siglo?

Alain, haga ensillar un caballo para el señor... cuál, Margarita. Dele á Proserpina murmuró el señor de Bevallan, riendo en mis barbas. ¡No, á Proserpina no! exclamó vivamente la señorita Margarita. ¿Por qué no Proserpina, señorita? le dije yo entonces. Porque lo arrojaría á tierra me respondió rotundamente la joven. ¡Oh! ¿cómo es eso?

Esta palabra es la esfinge; ella envuelve la duda que nos lleva por el camino trillado. ¡Ah! ¿Quién sería capaz de sufrir tanta vergüenza, de soportar el insulto del poderoso, el ultraje del orgullo, las desconocidas torturas del amor desdeñado, las artes de la intriga y tantas y tantas vejaciones de que somos objeto a cada paso si para darnos la paz bastara la aguda punta de un acero bien templado? ¿Quién no arrojaría su pesado fardo? ¿quién regaría con su llanto y su sudor el tenebroso camino sin las misteriosas sombras que más allá de los umbrales del sepulcro se alzan para acobardarle? ¡Ese mundo ignoto del cual jamás volvió ningún viajero lleno de horror, la voluntad, y hace que el espíritu espantado se detenga prefiriendo el dolor que le abruma al reposo inseguro de la tumba!... Luego nos arrastra el tiempo, la reflexión debilita nuestro propósito y convirtiéndose el héroe en cobarde acabamos por humillarnos, resignándonos a proseguir nuestra triste tarea en esta vida.

Pero sobre todo lo que sentía era Luisa, su querida hijita. ¡Cuántas lágrimas iba a derramar! ¡Cómo iba a suplicarle que renunciase a la guerra! ¡Y cómo se arrojaría a sus brazos, diciéndole: «¡Oh, no me abandones, papá Juan Claudio! ¡Tanto como te quiero! ¿No es verdad que no quieres dejarme

Animado, y con la cálida sangre despierta, consideraba a las primitas una por una, calculando a cuál arrojaría el pañuelo. La menor no hay duda que era muy linda, blanca con cabos negros, alta y esbelta, pero la mal disimulada pasión de ánimo, las cárdenas ojeras, amenguaban su atractivo para don Pedro, que no estaba por romanticismos.

Aquí una vieja estampa sentimental representaba la Princesa Poniatowsky en momento de recibir la noticia de la muerte de su esposo; allí el cuadro del Hambre; enfrente, dos amantes escuálidos, esmirriados y de pie muy pequeño, él de casaca con mangas de pemil, ella con sombrero de dos pisos, se juraban fidelidad junto a un arroyo... Si D.ª Laura no se incomodase, Isidora arrojaría a la calle las tres laminotas... Pues, ¿y la cómoda con su cubierta de hule manchado?

Creo que me he contenido porque estaba delante aquel ángel, que no parece hija suya, si no... nos hubieran oído los sordos, señora Gregoria... a Pablo no le hablaré jota de esto, porque se enfermaría, y con razón, como voy a enfermarme yo, de seguro... pero, ¿a dónde voy? no , no ... a casa no me vuelvo así, con las manos vacías; mi gran recurso ha hecho fiasco. ¡Dios mío! estoy tan desesperada, que me arrojaría bajo ese tranvía que pasa... Yo pienso que estos golpes de la vida la endurecen a una el corazón: estoy contenta, , señor, de que haya tronado el ladrón de Esteven.

Luego, como entrase inesperadamente mi amo, yo, juzgando llegada la ocasión de lograr mi objeto por medio de un arranque oratorio, que había cuidado de preparar, me arrodillé delante de él, diciéndole en el tono más patético que si no me llevaba a bordo, me arrojaría desesperado al mar.