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Las damas de cuarenta son ahora las conquistadoras más temibles. En el teatro, galanes cincuentones disputan sus amantes a los jovencitos y acaban por llevárselas... ¡Viejón, y sólo tiene usted treinta y seis años!

Miguel había oído varias veces citar su nombre entre los astros del toreo; pero como gloria pasada; tanto, que lo juzgaba retirado hacía tiempo. El hermano era un muchacho de veinticinco o veintiséis años, buen mozo, de rostro hermoso aunque algo afeminado. Merluza un jayán monstruosamente feo. Los dos aficionados, jovencitos barbilampiños, escuálidos, y vestidos a la última moda.

Fíjese usted: tres jovencitos nada más, tres niños de buena familia, que indudablemente vienen enviados por sus mamás. Ojeda movió la cabeza negativamente. Los recibimientos eran distintos, cierto; pero faltaba ver el final, el resultado positivo de las conferencias. Los dos vienen a ganar dinero, y eso es lo que en realidad les importa.

Una vez cerca de un río, yendo con la partida, se encontraron con diez o doce soldados jovencitos que lavaban sus camisas en el agua. A bayonetazos acabamos con todos dijo el hombre sonriendo, luego añadió hipócritamente Dios nos lo habrá perdonado. Durante la cena, el repulsivo viejo estuvo contando hazañas por el estilo.

Al cabo de unos momentos fué ella quien acercando su rostro al del banquero le preguntó discretamente: ¿Qué compro? Amortizable respondió el famoso millonario con igual reserva. Entraban a la sazón un caballero y una dama, ambos jovencitos, menudos, sonrientes, y vivos en sus ademanes. Aquí están mis hijos dijo Pepa. Era un matrimonio grato de ver.

La conversación no se interrumpió por la llegada de nuestro joven, quien se puso a escuchar con poca curiosidad. Se hablaba de toros; no hay para qué decirlo: se discutía la mayor o menor severidad e inteligencia de las plazas de Madrid y de Sevilla. Uno de los jovencitos sostenía que en Madrid se juzgaba con más severidad y competencia.