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Al ver cómo rondaba por cerca del caldero, aproximó su mano derecha á este valentón, manteniendo encorvado el dedo índice y sostenido por el pulgar. De repente el dedo encorvado se disparó para quedar rígido, pillando por en medio al bigotudo jayán, y lo envió á través del aire, haciéndolo caer de cabeza en la hoguera.

En Gallarta había un jayán, vencedor en todas las apuestas, que los contratistas llevaban á sus cenas, cuidándolo como si fuese una mujer amada, tentándole los músculos para apreciar si su vigor decrecía, engordándolo á todas horas con champagne y fiambres, con igual mimo y cuidado que si fuese un gallo de pelea.

Pero aún no se había extinguido la carcajada del público, cuando sonó una nueva voz más aguda y estridente desde el balcón de otra taberna, y Aresti vió á un jayán que cantaba como si contestase al viejo, mientras éste le escuchaba sin pestañear, preparando mentalmente la contrarréplica. El doctor conocía á aquellas gentes.

Vió damas gelatinosas de torpe paso; señores tullidos apoyados en el brazo de un jayán con casaca galoneada, que los conducía paternalmente hasta la ruleta, acomodándolos en su asiento. Algunas paralíticas llegaban en un carruajito infantil hasta la escalinata, y allí eran izadas á una silla de manos y llevadas á través de los salones hasta su lugar preferido.

El jayán, para agradecer el aumento de jornal, trabajaba como un desesperado, acometiendo la tierra con su azadón, sin respirar apenas entre golpe y golpe, y los otros infelices tenían que imitarle para no quedarse atrás, manteniéndose, con esfuerzos sobrehumanos, al nivel del compañero que servía de acicate.

"Tal espinan y escuecen las razones de vuestra epístola, que no semejan sino escritas con el bello de vuestros belfos y quijadas, que no son más ásperos los ortigales de la montaña. "Y no pensedes que soy hijo de paloma blanca o Juan de buen alma que me tomo las barbas con jayán de tres estados y me barajaré con diez gigantes.

Píntate en tu imaginación, hermano Mohamad, cuál se quedaría tu bellísima y tierna esposa al ver súbito delante de al jayán de ese descomunal Alafrit con su disforme estatura, casi doble que la de la novia, cuya descripción te he hecho; con sus ojos semejantes, cada cual al corral de Belet, si estuviese ardiendo con azufre; con los hornillos de sus narices iguales a dos caleras humeantes e hirvientes; con sus dos piernas de figura salomónica, cada una formada de dos enormes serpentones enroscados; con su barba tejida de breñales y raíces de antiquísimos árboles, y con otros primores de tal jaez.

Era el tal P. Procopio un desaforado jayán, cetrino y barbudo, más adecuado para llevar una casa sobre la espalda ó tirar de una carreta, que para gozar en contemplaciones místicas y éxtasis divinos.

Al fin, el amo es el amo y pa eso me tiene allí don Luis: pa que guarde sus intereses. Fue un nuevo tormento para Fermín ver la arrogancia con que se alejaba el mocetón, la firme tranquilidad con que hablaba de hacerse matar por los que osasen el más leve atentado contra la propiedad de su señor. ¡Ay! ¡si el jayán inocente, en el cumplimiento de su deber, supiera lo que él!...

Aquel jayán piensa llevarle presente tan cuco a la señora que le está otorgada en las montañas de Kaf, para que montando a Encirnún sobre su oreja siniestra, la rasque mansamente con un almocafre aquel lado de la cabeza, operación que la halaga muy dulcemente.