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Y Ruiz, con una copa en la mano, hablaba y hablaba, deteniéndose solamente para beber un sorbo. Eso de que el toreo es antiquísimo no pasa de ser una enorme mentira. Se mataban fieras en España para diversión de la gente, pero no existía el toreo tal como hoy se conoce.

Cuando los papeles «venían ardiendo» contra Gallardo, nadie se los leía, y el espada hablaba con desprecio de los que escriben sobre toreo y son incapaces de dar un mal capotazo en el redondel. Este encierro en el despacho sólo sirvió para aumentar sus inquietudes de aquella mañana.

Mas para el aficionado madrileño, el ver recibir un toro es una de esas ilusiones que jamás se realizan aunque vivan constantemente en el corazón: aguantar lo hacen varios toreros; pero recibir, lo que se llama recibir de verdad, no lo han hecho más que los héroes antiguos del toreo.

En otro concepto, en el que podemos llamar ortopédico, lejos de ser censurable el ejercicio del toreo, es más digno de recomendación que casi todos los otros ejercicios varoniles, porque no deforma el cuerpo o desarrolla algunas de sus partes a expensas de otras, como la danza, que suele enflaquecer los brazos y desenvolver demasiado las piernas, sino que propende a robustecer por igual todo el cuerpo humano, prestándole vigor, ligereza y gallardía.

Y este aforismo, aprendido de la boca de venerables patriarcas del toreo en tardes de desgracia, le comunicó un deseo irresistible de cantar, poblando con su voz el silencio de la calle solitaria.

Todos juntos formaban con el padre una asamblea deliberante, sin otro objeto que dar a conocer al público la «estrella» del toreo perdida en la obscuridad de las Ventas.

Gallardo levantó la cabeza con arrogancia, como si le propusieran algo deshonroso. ¿Renunciar al toreo? ¿Pasar un año sin que le viesen en el redondel?... ¿Es que los públicos podrían resignarse a esta ausencia? Admita usté, don José. De aquí a la primavera hay tiempo pa ponerse fuerte. Yo toreo lo que me pongan delante. Puee usté comprometerse pa la corría de Pascua de Resurrecsión.

Usted miente, señora dijo un hombre alto, que parecía ser persona del toreo, á juzgar por su vestido y el rabicoleto que tenía en la nuca. Usted miente: esta señora no ha salido de casa de la pupilera, ni del número 16; venía de más abajo. ¡Miren ese pelele! gritó la mujer. ¿Poz no dice que yo miento? Usted miente, señora.

Yo, que tal vez hubiera llegao a rey en las Américas o en cualquier otro sitio, voy pregonao por los caminos y hasta me llaman ladrón. Usté, que es un valiente, mata animales y se lleva parmas; pero yo que muchos señores miran lo del toreo como ofisio bajo. Doña Sol intervino para dar un consejo al bandolero. ¿Por qué no se hacía soldado?

Miguel, en vez de obedecer, se puso a dar vueltas por el cuarto, observando con semblante risueño cuanto en él había. Estaba lleno de atributos taurómacos: sobre la puerta una cabeza disecada de toro; a los lados unas moñas lujosas, con los colores caídos ya por el tiempo; por las paredes algunos cromos, representando las distintas suertes del toreo; una espada y una muleta formando trofeo.