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El recogimiento que caía entonces sobre Trembles era inexplicable; durante cuatro meses de invierno condensaba, concentraba, grababa con caracteres indelebles en mi espíritu aquel mundo alado, sutil, de visiones y de dones, de ruido y de imágenes que había vivido durante los otros ocho meses del año con una actividad que tanto asemejaba a un ensueño. Entonces se apoderaba Agustín de .

A lo que más se asemejaba era a las figuras de grandes damas que adornaban algunas novelas de las que él solía leer en sus ratos de ocio. Doña Frasquita fue en sus buenos tiempos una real moza; varias criadas que logró conquistar le dejaron recuerdos de índole picaresca; pero jamás soñó, en sus largos monólogos de estanquero aburrido, tener tan cerca de una señora como aquélla.

Perla se asemejaba al arroyuelo, en cuanto á que la corriente de su vida había brotado de una fuente también misteriosa, y se había deslizado entre escenas harto sombrías. Pero, todo lo contrario del arroyuelo, la niña bailaba, y se divertía y charlaba á medida que su existencia transcurría. ¿Qué dice este arroyuelo tan triste, madre? preguntó la niña.

En la confusión de elementos heterogéneos, que yacen desordenados en la poesía dramática anterior, no se vislumbraba estilo ni carácter fuertemente determinado; y cuanto se había hecho hasta entonces, más se asemejaba á plan y esqueleto, que á obra perfecta y acabada. Sin embargo, el fin á que se encaminaban esas tentativas aisladas, y en que fenecían todas ellas, era claro y patente.

La economía se trocó en privación; la comida, sana aunque frugal, se hizo mala, porque era forzoso comprarlo todo más barato; y se suprimió cuanto se asemejaba remotamente al lujo. El mayor regalo del enfermo quedó reducido a tomar, de vez en cuando, un pedacito de merluza, o a traerle para postre de la tienda inmediata dos onzas de queso o bollos de a cuarto.

La naturaleza de este ingenio no le había inspirado simpatía, y aunque no hubiera descubierto, como acababa de descubrir, cuán poco se asemejaba el hombre al escritor, esa misma rivalidad intelectual que mediaba entre ambos lo turbaba, lo substraía de su ordinaria indiferencia, de la necesaria serenidad.

Viñas, castañares, campos de maíz granados o ya segados, y tupidas robledas, se escalonaban, subían trepando hasta un montecillo, cuya falda gris parecía, al sol, de un blanco plomizo. Al pie mismo de la torre, el huerto de los Pazos se asemejaba a verde alfombra con cenefas amarillentas, en cuyo centro se engastaba la luna de un gran espejo, que no era sino la superficie del estanque.

Metíase en San Gil, la iglesia popular que había visto el mejor día de su existencia, se arrodillaba ante la Virgen de la Macarena, haciendo que la encendiesen cirios, muchos cirios, y contemplaba a su luz rojiza la cara morena de la imagen, de ojos negros y largas pestañas, que, según decían, se asemejaba a la suya. En ella confiaba. Por algo era la Señora de la Esperanza.

Don Diego no sabía reír y la risa de su madre se asemejaba a una mueca nerviosa. El doctor, franco y alegre como un champañés, parecía dar la nota discordante cuando arrojaba su grano de sal en la conversación. Germana aun tosía alguna vez y conservaba en su cara la expresión inquieta que da el presentimiento de la muerte.

El resto de mi vida, el que se disipaba en tibiezas, en sequedades, lo comparaba a esos bajos fondos que se descubren en el mar a cada baja marea y que son como la muerte del movimiento. Tal alternativa asemejaba mucho a la luz y al eclipse de los faros giratorios; esperaba yo siempre un despertamiento de mi ser, como navegante extraviado que aguardara la aparición de la señal sobre la costa.