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Facundo pasa sin mirarlos; síguenle a la distancia, turbados, mirándose unos a otros en la común humillación, hasta que llegan al centro de un potrero de alfalfa, alojamiento que el general pastor, este hicso moderno, prefiere a los adornados edificios de la ciudad.

Desde entonces nadie ha hecho caso de tales tierras, no obstante de ser conocidas: sino un Portugues que, con una estanzuela de ganados, se estableció junto á una laguna en un potrero grande, y los Portugueses del pueblo de Nuestra Señora de los Placeres, que no han querido volver á él por serles costoso é inútil para sus ideas.

¿Y no tienen algún caballo de «sobrepaso»? preguntó Lorenzo por compensar en algo la ignorancia evidenciada. Hay un petizo. ¡Fíjese!... ¿Quiere verlo? y volviéndose al muchacho que rasqueteaba al malacara dijo: Ché, Juancito, echá el «Risueño»... Está en el potrero de las coloradas. ¿Desde cuándo? Afloja una mano respondió el muchacho como si contestara a la pregunta.

Concluida esta diligencia se marchó con grande órden y silencio, hasta que llegamos á donde estaba el resto de la partida que dió el aviso, y un indio de los del cacique Lincon avisó al Comandante haberlos bombeado, y á un mismo tiempo le avisaron del potrero en donde tenian dichos enemigos la yeguada: con cuya noticia dió órden de dejar las caballadas en una quebrada que hacia dos sierras, y al cuidado de ella 16 hombres, mandando á aquellas mismas horas una partida de 40 indios con 10 soldados de armas de fuego, con la órden que esperasen el dia en el parage que les pareciese mas oculto é inmediato á la puerta de dicho potrero, para que luego que amaneciese sorprendiesen á aquellos indios que se consideraban estar en la puerta de dicho potrero, como custodia, para que no saliesen de él dichas yeguas.

Su cumbre es buena para potrero, por ser llana y sin salidas: en el reconocimiento que hicimos, en las demas que toman su mismo nombre, hallamos las entradas y salidas con sus distancias: en todo lo registrado no hemos hallado senda ni camino de indios. Dia 2.

Una vez que el bicho ha cumplido más o menos bien su deber, sea pegando serios sustos a los toreadores, sea huyendo sin cesar con el aire imbécil, se abre un portón y es arrojado a un potrero contiguo. En cuanto a los «artistas» que tuve ocasión de ver, todos ellos criollos, eran, aunque de valor extraordinario, deplorablemente chambones.

No puedo precisarlo replicó Frasquito . que es una magnífica posesión, con monte, potrero, tierras de sembradura, ainda mais, el mejor puesto de Andalucía para codornices, cuando van a pasar el Estrecho. Allá nos iremos una temporada... Pero mi mujer, ni pa Dios quiere que deje yo este oficio de pateta.

Del potrero aburridor a la libertad presente, había infinita distancia. Más por infinita que fuera, los caballos pretendían prolongarla aún, y así, después de observar con perezosa atención los alrededores, quitáronse mutuamente la caspa del pescuezo, y en mansa felicidad prosiguieron su aventura. El día, en verdad, favorecía tal estado de alma.

En un instante estuvo unido a su compañero, y juntos entonces, sin más preocupación que la de despuntar torpemente las palmeras jóvenes, los dos caballos decidieron alejarse del malhadado potrero que sabían ya de memoria. El monte, sumamente raleado, permitía un fácil avance, aún a caballos. Del bosque no quedaba en verdad sino una franja de doscientos metros de ancho.

Ya vuelve don Melchor dijo Baldomero, divisándolo a la distancia, desde la glorieta del jardín, hasta la que a duras penas se habían trasladado los «doloridos». ¿Dónde?... Allá... ¿ven?... derechito a la punta de aquel potrero... Yo no veo nada. ¡Pero, don Ricardo!... mire de aquí... por entre los dos «ombuses» aquellos... Y eso que se ve, ¿es Melchor?