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Quedóse mirando con respeto la figura triste de aquel hombre, detenido por la muerte en la más lozana senda de la vida, y recordó una elocuente oración de su libro que rezaba: «¡Oh, día clarísimo de la eternidad que no le oscurece la noche, sino que siempre le alumbra la suma verdad; día siempre alegre, siempre seguro y sin mudanza!... ¡Oh, si ya amaneciese este día y se acabasen todas estas cosas temporales!...»

Los señores jóvenes que allí había consiguieron, no sin grande esfuerzo, separar a Octaviano de su intervención en la contienda e interponerse entre los dos principales contendientes, reteniendo sus manos y refrenando sus lenguas. Completamente se acibaró el contento que allí reinaba. Antes de que amaneciese se expidieron en el ómnibus el Merengue de fresa y las demás niñas.

Dos horas antes de que amaneciese, Morsamor y Tiburcio se pusieron al frente de los aventureros que habían traído, los sacaron de aquel a modo de encierro en que se hallaban, y guiados por dos jóvenes brahmanes, caminaron largo rato por un extenso pasadizo del subterráneo hasta llegar a un punto donde había una fortísima compuerta de madera y de hierro, horizontalmente colocada en la techumbre, hasta la cual se subía por una escalera de piedra.

Concluida esta diligencia se marchó con grande órden y silencio, hasta que llegamos á donde estaba el resto de la partida que dió el aviso, y un indio de los del cacique Lincon avisó al Comandante haberlos bombeado, y á un mismo tiempo le avisaron del potrero en donde tenian dichos enemigos la yeguada: con cuya noticia dió órden de dejar las caballadas en una quebrada que hacia dos sierras, y al cuidado de ella 16 hombres, mandando á aquellas mismas horas una partida de 40 indios con 10 soldados de armas de fuego, con la órden que esperasen el dia en el parage que les pareciese mas oculto é inmediato á la puerta de dicho potrero, para que luego que amaneciese sorprendiesen á aquellos indios que se consideraban estar en la puerta de dicho potrero, como custodia, para que no saliesen de él dichas yeguas.

Averiguó, porque no lo sabía, hacia dónde estaba la Bombilla, ajustó y citó un carruaje para las seis y media de la mañana, pensando en tener, si éste faltaba, tiempo de buscar otro; estuvo leyendo, sin enterarse, hasta las dos; intentó dormir, no pudo, y desconfiando de que le despertasen oportunamente, se levantó antes de que amaneciese. A las siete en punto tenía la capa puesta.

Desesperábase con esto don Quijote, y, por más que ponía las piernas al caballo, menos le podía mover; y, sin caer en la cuenta de la ligadura, tuvo por bien de sosegarse y esperar, o a que amaneciese, o a que Rocinante se menease, creyendo, sin duda, que aquello venía de otra parte que de la industria de Sancho; y así, le dijo: -Pues así es, Sancho, que Rocinante no puede moverse, yo soy contento de esperar a que ría el alba, aunque yo llore lo que ella tardare en venir. -No hay que llorar -respondió Sancho-, que yo entretendré a vuestra merced contando cuentos desde aquí al día, si ya no es que se quiere apear y echarse a dormir un poco sobre la verde yerba, a uso de caballeros andantes, para hallarse más descansado cuando llegue el día y punto de acometer esta tan desemejable aventura que le espera.

Acomodáronse los seis como pudieron en la carretela, echando a Manuel Antonio al pescante. Media hora después estaban en la posesión del banquero. Alzose apresuradamente un altarcito en el salón principal de la casa, y antes de que amaneciese, el penitenciario bendijo la unión de los prometidos. Fernanda no había despegado los labios durante el camino.

Duró dos horas y media y más, porque vinieron una hora antes que amaneciese sobre las galeras. De los nuestros salieron hasta 30 heridos y los muertos no llegaron á 10. Pelearon muy bien. Halláronse este día en las galeras el Coronel Mas, caballero francés de la Orden de San Juan; el Capitán Fantón, Piantanido y Almaguer.

El padre de Pepa, tomándole de la solapa de la chaqueta, se desahogaba contra el gallego de su yerno, anunciando con voz cavernosa las mil crueldades que iba á ejercitar sobre él así que amaneciese Dios. Y cada uno de sus pronósticos siniestros iba acompañado de las correspondientes preguntas: ¿Álcali volátil á ? ¿Estoy yo borracho? ¿Hablo cosas formales? ¿He faltado á alguno? etc.

Al anochecer tocarían en Montevideo, y antes de que amaneciese saldrían para Buenos Aires. Mostrábanse las gentes poco comunicativas, con una creciente predisposición al aislamiento, agobiadas cada vez más por las preocupaciones que parecía sugerirles la proximidad de la tierra. Los socios fraternales de empresas ilusorias acariciadas durante el viaje se iban distanciando con cierta melancolía.