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Y así era la verdad, que la hermosa indiana venía por entre las verdes frondosidades del jardín, y en paso lento, hacia el sombroso cenador donde los dos amantes se encontraban; y era el paso lento de doña Guiomar la vacilación de su alma, en la que tal tumulto habían levantado su amor y sus celos, su indignación contra Cervantes, su odio contra Margarita, y la obligación en que se encontraba, por su propio decoro, de vencer aquella tempestad que en su alma se revolvía, y aparecer ante los dos amantes tal y de igual manera que como estaba cuando se separó de ellos, que no sabía qué hacerse, y temía que en el semblante se le conociesen la turbación, y el despecho, y la ira, y los celos, y la venganza, y el infierno, en una palabra, que a su alma daban cruda guerra; porque Florela no había andado con rodeos, y todo lo que había visto y oído habíala contado en el momento en que se partió el familiar que a visitarla había ido.

La raza vacuna se divide en dos ramas de muy distinta procedencia: la una, originaria de la Península, conserva sus caracteres distintivos, hasta la bravura, aunque en menos escala, como se ha probado en las numerosas corridas celebradas en Manila. La otra variedad es la indiana, con joroba y cuernos retorcidos. Todas son de mucha utilidad y de carnes muy sabrosas.

Los bordados, las cestas de costura, rellenas de fastidiosas telas blancas de indiana y cotonía, pertenecían a Presentación; los libros, el altar con todo lo que en él había de místico e infantil, eran de Asunción; y los lujosos trajes y adornos eran de Inés, que los había bajado para que los viesen sus primas.

El combate, para los viejos soldados que habían conocido las batallas más famosas de Europa, fue en adelante la «guazabara». La táctica, contenida en la Milicia Indiana, de Vargas Machuca, consistió en dar la «trasnochada» y dar el «albazo», o sea sorprender al enemigo astuto y escurridizo en plena noche o al romper el día.

Aquí dejar agora yo no puedo De decir, y tocar muy brevemente Una maldad diabólica, y enredo Que el demonio fragó entre aquella gente Indiana; que en pensarlo solo quedo Confuso, y agenado de mi mente: Que una carta á los ingleses escribieron, Y en ella estas razones le dijeron.

Paso, paso, señor mío, exclamó la enamorada indiana, queriendo en vano que no saliese a su boca en una sonrisa de contento su alma, y a sus ojos en un volcán; que si seguís así, creeré que mentís, que no puede llegarse a un tal rendimiento de amor tan de súbito y por una mujer apenas vista, y por la primera vez de amores requerida; y luego, que yo tengo para mi, aunque puede ser que me engañe, porque yo de amores no entiendo, ni he querido entender nunca, que el amor para ser sublimado ha menester de todo punto ser correspondido.

Asomaba en todo clara y manifiesta la gran riqueza de la bella indiana, y era de ver el lujo de las libreas de los pajes, que solícitos y diestros, y seis u ocho en número, las viandas servían, yendo sin cesar de los bufetes a la mesa y de la mesa a los bufetes.

Y no os digo más, que bien creo yo que con lo dicho me habéis comprendido, y a Dios os quedad y en pensad, pagándome en buena moneda el pensamiento enamorado y perdurable, que de vos en esta encendida alma vuestra me llevo.» ¡Ay, Florela! dijo la hermosa indiana, que no qué piense, ni qué tema, ni qué espere, ni qué haga, ni qué deje de hacer.

La ropa blanca de Inesita estaba en la cómoda, y los vestidos y demás galas se conservaban en un cuartucho obscuro, inmediato a la alcoba, donde había perchas, y donde los cubrían algunas colchas viejas de indiana y de coco. Lo primero que hizo Inesita fue esconder la carta con el mayor disimulo entre la almohada de su cama y la funda.

No habéis de decir, replicó la hermosa indiana, que poniéndoos en peligro el salir ahora de mi casa, de ella os echo; tanto más, cuando por venir, aunque sin licencia mía y aun sin yo conoceros, a darme música, en tal cuidado os habéis puesto; y hagamos aquí punto a la conversación, y entraos en ese aposento, que yo voy a ver si por acaso ha podido oíros alguno de mis criados, y cuando todos estén recogidos y el peligro que corréis haya pasado, podréis iros.