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La Capilla de Tell, objeto de alta y justa veneracion en el país, no por lo que ella es, sino por las tradiciones que hace evocar, es un templete abierto en forma de arcada, construido sobre una roca y casi al nivel del lago, y encuadrado en un marco de abetos y peñascos.

De repente se ensancha, y de aquella negra arcada se desprenden pálidas y tristes exhalaciones. ¡Infeliz del que tenga que sobrellevar la primera ventada que de allí parte! Tal vez perezca. Empero la forma ordinaria que reviste la tempestad es la de un embudo.

Quedaron silenciosos los dos viejos. Sus miradas vagaban por el jardín con cierto enternecimiento, como si en cada árbol o arcada cubierta de follaje encontrasen un recuerdo.

Porque el misticismo es una flor que se alimenta por una parte con savia de la tierra y por la otra con rocío del cielo. Durante las horas de estudio pedía permiso para pasearse a solas por el claustro. La vieja arcada colonial circundaba todo el jardín. En la fachada blanca de los arcos se abrían grietas revestidas de musgo; interiormente la bóveda, muy baja, comunicaba una impresión de sepulcro.

Arístides trotaba a su lado, esforzándose en igualar el paso de sus cortas piernas con las zancadas del maestro, cuando éste se paró de repente y Arístides dio con él un fuerte topetazo. ¿Dónde estaban hablando? preguntó, como siguiendo la conversación. En la Arcada dijo Arístides. Cuando hubieron llegado a la calle Mayor, el maestro se detuvo. Ve corriendo a casa dijo al niño.

Alrededor de la arcada, espesa hiedra tapizaba las paredes y, trepando hasta el tejado, enlazaba las vigas con su cordaje nudoso y se estremecía alegremente por encima de las tejas.

Todo va bien, hijo mío dijo el señor Morfeo. Está en casa. Y juntos salieron al camino. Durante el trayecto, el señor Morfeo le dijo que Melisa había entrado corriendo en la casa algunos momentos antes, y le había arrancado de ella, diciendo que mataban al maestro en la Arcada.

Susana decía que los hombres eran unos papanatas, y yo comparto las opiniones de Susana. ¡Oh, oh! dijo el comandante, mirándome con un aire tan bondadoso, que tuve miedo de estallar en sollozos; ¡tanta misantropía en tanta juventud! No contesté nada, y como en aquel momento llegábamos a una espaciosa terraza, me escapé de su brazo y corrí a esconderme tras una enorme arcada.

Si Melisa está allí, ven a la Arcada y dímelo, y si no está quédate en ella; ¿oyes? Y Arístides se escapó al trote de sus cortas piernecillas, desplegando toda su velocidad. A pocos pasos del camino estaba la Arcada. Con este nombre era conocido un largo e irregular edificio, conteniendo taberna, salón de billar y restaurant.

Yo hubiera jurado que había un centenar de esos animales alrededor nuestro. Torné a salir al corredor con la seguridad de ver sus ojos fosforescentes entre las sombras de la arcada; pero nada se veía.