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El Izarra presenta también motivos de fantasía para las imaginaciones vagabundas; en ese alto acantilado, paredón gigantesco, pizarroso, con vetas blancas, las hornacinas se abren como esperando una imagen; los balcones, ribeteados por liquenes verdes, se alargan en lo alto. Podría asomarse allí una ondina o una hada.

En la marea baja, entre las rocas cubiertas de líquenes, solían verse charcos tranquilos, olvidados al retirarse el mar. Muchas horas he pasado yo mirando estos aguazales. ¡Con qué interésCon qué entusiasmo! Bajo el agua transparente se veía la roca carcomida, llena de agujeros, cubierta de lapas.

También los arbustos como el rosal de los Alpes y el brezo logran subir á grandes alturas, gracias á la forma esférica ó de cúpula que tienen todas sus ramas apretadas una contra otra. El viento resbala en estas bolas vegetales. Pero ya más arriba tienen que renunciar á luchar contra el frío y dejar sitio á los musgos que se extienden por el suelo y á los líquenes que se incorporan á la roca.

Hasta en aquellas alturas la roca está cubierta casi por todas partes de una especie de unto, por la vegetación de los líquenes, pero en varios sitios han descubierto la piedra el roce del hielo, la humedad de la nieve, la acción de las heladas, de la lluvia, del viento, de los rayos solares; otras rocas, quebradas por el rayo, conservan la imantación causada por el fuego del cielo.

Caminábamos sin ver ni un rayo del sol poniente, bajo bóvedas y pabellones interminables de verdura sombría reposando sobre columnatas colosales de abetos, revestidas de líquenes y musgos. Ningún ruido extraño se mezclaba al eco de las pisadas de nuestros caballos y á ese rumor vago, sin causa visible pero eterno, que es la voz misteriosa de las florestas.

Estos vientos huracanados recorren los valles, bajan al fondo de las hondonadas, barren las llanuras e inundan de mil aromas la ciudad: olores de líquenes y musgos, esencia de azahar, suave fragancia de liquidámbar y de mil flores campesinas.

En el extremo de ese recuesto se halla un elegante hotel precedido de hermosas terrazas, y al frente de él se precipita la cascada, dando saltos estrepitosos por entre vastas alcobas de verdura sombría tapizadas de líquenes y musgos. Allí cada viajero va sitúandose sucesivamente en los balcones ó miradores de piedra que permiten de trecho en trecho contemplar de cerca la cascada.

Hasta donde la roca parece desnuda y brota en agujas ó se yergue en paredes, cubren la piedra líquenes amarillos, rojos ó blancos, que dan á veces la misma apariencia á rocas de muy distinto origen. Únicamente en las regiones frías de la cumbre al pie de los ventisqueros, al borde de las nieves, se muestra la piedra bajo cubierta vegetal que la disfraza.

En muchos sitios deja pasar la verde bóveda la luz del cielo: la sombra gris y el rayo suavemente dorado oscilan según el movimiento del follaje: musgos y líquenes que cubren con sus tapices la rugosa corteza, acrecen la suavidad de luces y sombras fugitivas. Los mismos árboles, bien irguiéndose aislados, bien formando grupos, difieren de aspecto y de forma.

En el fondo, entre los líquenes verdes y las piedrecitas de colores, aparecían rojos erizos de mar cuyos tentáculos blandos se contraían al tocarlos. En la superficie flotaba un trozo de hierba marina, que al macerarse en el agua, quedaba como un ramito de filamentos plateados, una pluma de gaviota o un trozo de corcho.