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Desde la ventana de mi entresuelo, veo los miradores de la casa de Santa Cruz y los de Moreno. Como haya telégrafos, cuenta que les atrapo el juego... A ti qué te parece... ¿Habrá...? Me parece que no volvió a decir Fortunata, pensándolo cada vez más. ix

Aquí se encerró o se sepultó el ex-coronel Campo, sin que bastasen los ruegos de su esposa y de los pocos parientes que frecuentaban su trato para hacerle desistir de tal resolución. Su ociosidad fue de provecho para la casa. Hizo arreglar la huerta, puso algunos miradores en la parte trasera, amuebló varias habitaciones, enlosó el patio, etc.

Llegamos cerca de la Aduana, y don Ciriaco se detuvo delante de una casa grande, con miradores. Aquí es dijo. Entramos en un portal altísimo, enlosado de mármol. Lo cruzamos. Llamó el capitán; un criado abrió la cancela y nos pasó a un patio con el suelo también de mármol, el techo encristalado y las galerías con arcadas.

Despues se levantan en todas direcciones bellos cordones de montañas de romántico aspecto, sobre cuyas cimas, dominando los estrechos vallecitos intermediarios, se ostentan como soberbios miradores algunos castillos de opulentos personajes, y principalmente las imponentes ruinas del Castillo-Viejo.

-Yo lo haré así -respondió el muchacho; y prosiguió, diciendo-: Esta figura que aquí parece a caballo, cubierta con una capa gascona, es la mesma de don Gaiferos, a quien su esposa, ya vengada del atrevimiento del enamorado moro, con mejor y más sosegado semblante, se ha puesto a los miradores de la torre, y habla con su esposo, creyendo que es algún pasajero, con quien pasó todas aquellas razones y coloquios de aquel romance que dicen: Caballero, si a Francia ides, por Gaiferos preguntad;

Pero la oyeron algunas criadas, que avisaron a Lisarda, que en un cuarto próximo al de mi madre dormía, y todas se fueron a ponerse en los miradores a gozar de la regalada música.

Se compone de tres calles paralelas, muy pulcras y regulares, destacándose para dominar la bahía una larga fila de casas muy hermosas, de aspecto frances moderno, perfectamente iguales, de muros de piedra y cinco pisos, y adornadas de graciosos balcones, con algunos miradores y gabinetes volados. Todo tiene en Santander un aspecto agradable y simpático de frescura, actividad y progreso.

Los días que me quedaban de Cádiz pensé aprovecharlos. Me empezaba a encontrar bien allí; llevaba una vida ligera y alegre. Paseaba mucho, me encantaba el pueblo, sus plazas alegres, sus calles rectas; contemplaba las casas blancas de miradores enormes, las iglesias también blancas, y recorría la muralla al ponerse el sol.

Suspensa el alma, la mirada anhelante y fija por descubrir lo que envolvía en sus sombras la oscura calle; aguzando el oído por coger una palabra, entre el murmullo de las voces de los que hablaban bajo sus miradores, que le fuese indicio de quiénes eran los que en aquella hora la rondaban, la hermosa indiana estúvose con su doncella Florela; y asomándose a la entreabierta vidriera de una ventana de su cámara, en la cual había matado la luz, toda era cuidado y toda congojas; que enamorada estaba, no embargante su viudez, lo que decía con harta elocuencia que, o no había amado al difunto marido, o que le había amado tanto, que, por la dulce costumbre, sin amor no podía pasarse.

Por todas partes los graciosos balcones, las discretas celosías, veladas en su interior por finos cortinajes, tras de cuyos pliegues se alcanzan á ver medio escondidas algunas caras primorosas como apariciones ideales; los aéreos miradores de cristal, empinados caprichosamente sobre los techos; las ventanas con enrejados de hierro curiosísimos; las vastas azoteas adornadas de jarrones con flores y pequeños arbustos bañados por el sol y agitados por las brisas marinas.