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Actualizado: 21 de junio de 2025
TOSTADA. Aquí te puedes sentar, Teresa Repolla amiga, que tendremos el Retablo enfrente; y pues sabes las condiciones que han de tener los miradores del Retablo, no te descuides, que sería una gran desgracia. TERESA. Ya sabes, Juana #Tostada#, que soy tu prima, y no digo más. Tan cierto tuviera yo el cielo como tengo cierto ver todo aquello que el Retablo mostrare.
En el extremo de ese recuesto se halla un elegante hotel precedido de hermosas terrazas, y al frente de él se precipita la cascada, dando saltos estrepitosos por entre vastas alcobas de verdura sombría tapizadas de líquenes y musgos. Allí cada viajero va sitúandose sucesivamente en los balcones ó miradores de piedra que permiten de trecho en trecho contemplar de cerca la cascada.
La Inquisición envió sus alguaciles para que recatadamente observaran aquella casa que de tan antiguo tenía fama de maldita, y viesen lo que eran sus nuevos habitantes; y los alguaciles declararon lo que ya se sabía, esto es, que la dama iba todas las mañanas a misa de alba a la catedral, y que la oía con recogimiento; que se volvía luego a su casa; que la puerta, y las ventanas, y los miradores permanecían cerrados, y que no se oía dentro ruido alguno; que la casa del duende parecía encantada, y que sólo por un postigo del jardín salían muy temprano seis negros esclavos, que iban a la plaza de la Encarnación y volvían con seis grandes cestones llenos de vituallas; que, en fin, los pocos criados que salían de la casa eran serios y pálidos como desenterrados, y que si bien bebían cuando los convidaban, hablaban poco y muy pensado, y no se les sacaba ni una sola palabra con referencia a su señora.
Sus balcones y miradores dan á las alamedas del Tormes y del Zurguén y á un hermoso panorama que se extiende hasta las sierras de Gredos, cuyos picos cierran el horizonte al Sur..... Era ya la caída de la tarde. Las higueras del jardín alto penetraban en el mismo aposento en que contemplábamos la puesta del sol.
El carruaje pasó entre dos torrecillas con montera de tejas que marcan la entrada al recinto de Mónaco. El puerto quedaba muy abajo, con sus buques empequeñecidos. Al otro extremo de la plaza de agua brillaban las cúpulas de los numerosos hoteles de Monte-Carlo, sus fachadas policromas, los vidrios de balcones y miradores. No se llegaba á distinguir la gente.
Palabra del Dia
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