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Donde quiera calles enteramente pulcras, anchas como plazas, tiradas rigorosamente á cordel y cortadas como á compás en porciones absolutamente iguales, con los mismos pavimentos, el mismo aspecto, el mismo silencio y la soledad mas soñolienta que se puede imaginar.

Mientras tanto, la llegada de Currita había producido un murmullo general y unísono en que se hermanaba la obscena chocarrería que con un guiño truhanesco cambiaron entre los lacayos del vestíbulo, con las pulcras y aceradas observaciones que se comunicaban al oído las damas más relamidas que llenaban los salones.

Hízola sentar Butrón junto a , al lado de la marquesa; y ella, con los claros ojos fijos en el gran duque Alejo, que, sombreado por una telaraña, tenía delante, comenzó a lamentarse, con frases muy pulcras, del entripado de Fernandito... Casi, casi había estado a punto de no venir, por miedo de dejarlo solo; pero las noticias que le había dado Butrón eran tan graves, tan lisonjeras, que acabó al fin por decidirse.

Hubo un momento en que sintió el impulso de entrar en la alcoba e intervenir francamente en la plática; pero el temor de aparecer ante su hija como un hombre capaz de allegar el oído a la rendija de las puertas le contuvo. Aquella misma tarde hizo llamar a Beatriz, y ordenándole reserva, refiriole con pulcras palabras la historia del nacimiento de Ramiro.

Hablaban con los amigos que ocupaban las bolsas de los palcos principales, y hacían señas ostentosas y nada pulcras a ciertas señoritas cursis que no se casaban nunca y vivían una juventud eterna, siempre alegres, siempre estrepitosas y siempre desdeñando las preocupaciones del recato.

Se compone de tres calles paralelas, muy pulcras y regulares, destacándose para dominar la bahía una larga fila de casas muy hermosas, de aspecto frances moderno, perfectamente iguales, de muros de piedra y cinco pisos, y adornadas de graciosos balcones, con algunos miradores y gabinetes volados. Todo tiene en Santander un aspecto agradable y simpático de frescura, actividad y progreso.

Todos los días había que palpar el vientre y hacer preguntas relativas a las funciones más humildes de la vida animal; don Víctor, que no se fiaba de su memoria, siempre reloj en mano, llevaba en un cuaderno un registro en que asentaba con pulcras abreviaturas y con estilo gongorino, lo que al médico importaba saber de estos pormenores.

Toda la villa semejaba una inmensa mudanza: de los chalets, desalquilados ya, desaparecían los adornos y balconadas, para evitar que los pudriesen las lluvias; en las calles se amontonaban la cal, el ladrillo para las obras de albañilería, que nadie osaba emprender en verano por no ensuciar las pulcras avenidas.