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Atravesó la sala y miró por la rendija. Su marido tocaba vuelto de espaldas a la puerta. Elena permaneció inmóvil algunos instantes y sintiendo que sus piernas flaqueaban y que iba a caer, apretó convulsivamente el frasco que llevaba y se aventuró a decir: ¡Germán! Pero la voz no salió apenas de su garganta. Reynoso no la oyó.

Tengo el anuncio copiado en mi cartera, y casi presumo que al lector no le desagradará verlo, aunque no respondo de su completa fidelidad. Acaso hay algun letrero en chimenea, rendija ó resquicio que nosotros no hemos podido divisar. Lo que desde la calle se ve, es lo siguiente: Arriba, muy arriba: Al palacio de cristal. Vestidos para hombres. Más abajo: Palacio de cristal.

Un segundo empujón, y una de las tablas se partió por en medio; por la rendija, un rayo de luz se filtró en la semiobscuridad del corredor. Déjeme mirar por allí dijo el doctor, el cual, esperando lo peor, había recuperado su serenidad y su sangre fría. Hellinger arrancó algunas astillas de madera, de manera que, por la abertura, se pudiera ver todo el cuarto.

Tenía agachada la cabeza, de modo que el cuello de la camisa se le separaba un poco del pescuezo, en la parte de atrás, dejando algo como una rendija... ¡Pues por esa rendija sintió de pronto que se le colaba un líquido helado y le corría a lo largo de la espina dorsal!... Dio vuelta la cabeza dispuesto a castigar severamente al bromista, encontrándose con un apuesto capitán que tenía en la mano una botella de champaña «frappé»... ¡Era el capitán Pérez!... El lo increpó duramente pidiéndole su tarjeta para mandarle al siguiente día sus padrinos...

Echaban de menos mis pulmones el aire rico y puro de la montaña, cuando se henchían del espeso y mal oliente de los grandes centros recreativos atestados de luces y de gentes; y andaba con la cabeza muy alta aun por los sitios más espaciosos, por la costumbre de buscar la luz por encima de los montes; antojábanseme las calles hormigueros y no viendo en ellas más que las obras y los fines de la ambición humana, cuando elevaba mi vista más allá de los aleros que asombraban la rendija de la calle, no descubría siempre la imagen de Dios, o la veía menos grande que la que me reflejaban forzosamente los gigantescos picachos de Tablanca en cuanto clavaba mis ojos en ellos.

Este parecía, en efecto, abrigar intenciones perversas, porque el tío Frasquito percibía claramente del otro lado del tabique ruidos extraños que le desasosegaban, poniéndole nervioso; la puertecilla, sin embargo, no tenía rendija alguna traidora que diera paso a una mirada, y esto lo tranquilizó algún tanto.

El ingeniero que me acompaña tiene una frenética aficion á todas las cosas de la antigüedad; es un arqueólogo furibundo, y estoy cierto que si bajo con él al Panteon, me obligará á meter la cabeza por todo nicho, sepultura, grieta, rendija, escondrijo y recobeco que vaya encontrando.

Nuevo, , porque en los recuerdos que yo guardaba y guardo en la memoria del paso de la muerte por mi hogar, nada había que se pareciera en los procedimientos ni en los detalles ni en los accesorios a aquella lenta, cruel e inexorable labor destructora; a aquel acabamiento de un hombre fibra a fibra, en lo recóndito de un caserón destartalado y embutido en una rendija de la cordillera cantábrica, y a la mortecina luz de dos velucas de cera, mientras zumbaba y rugía la nevasca en las tenebrosas soledades del contorno.

Generalmente, la muchacha abría la puerta de la sala y por la rendija echaba la carta; pero aquel día hasta este recurso faltó, porque estando sin cerrar la vidriera de colores, a causa de la limpieza, del recibimiento se veía todo lo que pasaba en la escalera; hubo que esperar la hora de Palermo.

Creía hallarse ahora con el ojo arrimado a la rendija. El Canónigo no se había equivocado. De treinta a cuarenta moriscos, vestidos algunos con sus ropas musulmanas, deliberaban, sentados en rueda. Ramiro observó que el personaje de la daga guarnecida de piedras no se hallaba presente. La sarracena iba entretanto de diván en diván.