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El Rey pedía, exigía sin tregua, hidrópico de tributos; y, a veces, su mano, al escurrir la ubre enjuta de los pueblos, no sacaba sino sangre. No era posible dejar sin paga a los ejércitos y abandonar el cohecho de los príncipes y cardenales; y la bancarrota crecía, se envedijaba, se enmarañaba cual inmensa madeja de pasadilla.

Y era verdad que no tenía pareja el olor de la tierra bien enjuta, removida a la luz y al calorcillo vivificante del espléndido sol de febrero. Jamás lo había notado hasta entonces... Cierto que tampoco me había puesto yo en ocasión de notarlo.

Frisaba ya doña Lupe en los cincuenta años, mas estaba tan bien conservada, que no parecía tener más de cuarenta. Había sido en su mocedad frescachona de cuerpo y enjuta de rostro, y tenía cierto parecido remoto con Juan Pablo. Sus ojos pardos conservaban la viveza de la juventud; pero tenía cierta adustez jurídica en la cara, acentuada de líneas y seca de color.

Los tres pisos de un ala entera habían sido echados abajo para formar una nave de catedral. Lubimoff vió á una mujer alta, enjuta, con las manos largas y transparentes, los ojos agrandados é inquietantes, que avanzaba hacia él. Iba vestida de negro, con mangas sueltas que casi barrían el suelo y un bonete blanco encañonado bajo los tules de luto.

Esta vida de alucinación dolorosa había empezado para él cierta noche en que se dirigía á su casa completamente ebrio. Una mujer le salió al paso: una mujer enjuta de carnes, con la tez algo cobriza y unos ojos grandes, negros, ardientes.

Era una hermosa mula negra salpicada de alazán, firme de piernas, de pelo lustroso, grupa ancha y redonda, que llevaba erguida la enjuta cabecita guarnecida toda ella de perendengues, lazos, cascabeles de plata, borlillas; además de estas buenas cualidades, reunía otras que el Papa no apreciaba menos: era dulce como un ángel, de cándido mirar y con un par de orejas largas en constante bamboleo, que le daban aspecto bonachón... Todo Aviñón la respetaba, y cuando pasaba por las calles no había agasajos que no se le hiciesen, pues todos sabían que ése era el mejor medio de ser bien quisto en la corte, y que con su aire inocente, la mula del Papa había conducido a más de uno a la fortuna.

Sólo doña Lupe, en virtud de una larga práctica, sabía encontrar algunos jeroglíficos en aquella cara ordinaria y enjuta, que tenía ciertos rasgos de tipo militar con visos clericales.

Precisamente así que perdió su tranquilidad, la mujer del manto con el niño al lado volvió á aparecérsele. Tenía los ojos más redondos y más ardientes que antes. Su cara era más enjuta y cobriza, como si estuviese tostada por las llamas del Purgatorio. Y el niño.... ¡ay, el niño! El gaucho no podía mirarle sin un estremecimiento de terror.

Pasaron a un gabinete donde había ya reunidas bastantes personas y donde la señora de la casa los recibió con amabilidad grave y protectora. Era una dama extremadamente alta, de bastantes años, enjuta, con ojos negros de mirar imponente, los blancos cabellos pegados a la frente con goma.

La pobre esposa, morena, enjuta y obediente, le veía llegar con alegría y con susto, como si fuese una tormenta de lluvia interminable. Cuando Tòni se sentía héroe, sus hazañas iban más allá del cero de la decena.