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El calorcillo calmaba la irritación de sus chillidos, cambiándolos en sollozos, y la reacción, junto con la limpieza, le animó la cara, tiñéndosela de ese rosicler puro y celestial que tiene la infancia al salir del agua.

Apiñábase el público en el crucero, oprimiéndose unos a otros contra la verja del altar mayor, y la valla del centro, debajo de los púlpitos, y quedaban en el resto de la catedral muy a sus anchas los pocos que preferían la comodidad al calorcillo humano de aquel montón de carne repleta. Como la religión es igual para todos, allí se mezclaban todas las clases, edades y condiciones.

Quizá fatigadas de charlar y enervadas por el calorcillo agradable que templa la atmósfera del gabinete, se hayan entregado al sueño ó á la meditación. La claridad las baña á veces vivamente: otras las deja sólo medio esclarecidas. Detrás de las butacas empieza ya la sombra; una sombra indecisa. En ella flotan como masas negras los muebles de la cámara.

Pues ¿dónde habían de estar? exclama D. Cristóbal con afectada sorpresa, sintiendo cierto calorcillo en las mejillas. No ; pero desde luego se puede asegurar que no los han hecho en Madrid. Y las cuatro ninfas comienzan a dar vueltas entre sus ebúrneos dedos a los abrigos, los estudian, los analizan con atento cuidado que pone en suspensión y espanto a su progenitor.

Inflamada en amor patriótico, ya que en la madurez de su existencia no podía aspirar al calorcillo de otro amor, y orgullosa en extremo como mujer y como dama española, el sentimiento nacional se asociaba en su espíritu al estampido de los cañones, y creía que la grandeza de los pueblos se medía por libras de pólvora.

Castro estaba tan lejos de pensar que entre aquel perseguidor desconocido y su querida mediase ninguna relación, que no advirtió el rubor. Pasó en seguida a otra cosa con indiferencia. Mas, para nuestra dama, aquel singular sacudimiento y aquel calorcillo en las mejillas fué una especie de revelación vaga de lo que en su espíritu acaecía.

Consolidó su amistad con la pequeñuela un suceso que casi debería pasarse en silencio: cierto húmedo calorcillo que un día sintió Julián penetrar al través de los pantalones.... ¡Qué acontecimiento! Nucha y él lo celebraron con algazara y risa, como si fuese lo más entretenido y chusco. Julián brincaba de contento y se cogía la cintura, que le dolía con tantas carcajadas.

Y era verdad que no tenía pareja el olor de la tierra bien enjuta, removida a la luz y al calorcillo vivificante del espléndido sol de febrero. Jamás lo había notado hasta entonces... Cierto que tampoco me había puesto yo en ocasión de notarlo.

Entró en su casa.... Pidió tila, se acostó... y al verse rodeado de su mujer y de sus hijas que le echaban sobre el cuerpo cuantas mantas había en casa, el ateo empedernido sintió una dulce ternura nerviosa, un calorcillo confortante y se dijo: «Al fin, hay una religión, la del hogar». A la mañana siguiente despertó a toda la casa a campanillazos. «Se sentía mal.

El contraste del calorcillo y la inmovilidad que ella gozaba con los grandes fríos que habían de sufrir los héroes de sus libros, y con los largos paseos que se daban por el globo, era el mayor placer que gozaba al cabo del año doña Rufina.