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En los soportales de las casas de enfrente acaecía poco más o menos lo mismo; pero en la calle había poca gente, porque estaba cayendo pausadamente una agua menudísima que los vecinos de Nieva se habían acostumbrado a no despreciar, pues a la postre, y a pesar de sus modos blandos y sutiles, moja como cualquiera otra.

A los vecinos despertaba con el estruendo que hacía, y a no me dejaba dormir. êbase a mis pajas y trastornábalas, y a con ellas, pensando que se iba para y se envolvía en mis pajas o en mi sayo, porque le decían que de noche acaecía a estos animales, buscando calor, irse a las cunas donde están criaturas y aun mordellas y hacerles peligrar.

El camino, más fresco y más umbrío que antes, el aire embalsamado con los aromas del campo, el dulce murmullo del río no lograban calmar á nuestro hidalgo. Pero al revolver de una de las sinuosidades de la cañada vió de pronto el rostro mofletudo de D. Prisco y súbito descendió la calma á su espíritu. Siempre le acaecía lo mismo.

Hallábase, pues, enfrascado en tristes cavilaciones, como ordinariamente le acaecía siempre que estaba solo, cuando acertó a ver a lo lejos dos señoras, cuya figura le trajo a la memoria en seguida a su madrastra y hermana. Según fueron acercándose, pudo cerciorarse de que no eran otras. Le dio un salto el corazón, y vaciló un instante entre marcharse antes que llegasen o permanecer en su sitio.

La tierra, los establos, las vacas, los enseres de la casa y hasta los pucheros del lar, todo pasaba al instante por el esófago del escribano troglodita. Lo mismo acaecía con las herencias. Muriese testado ó intestado, todo paisano podía estar seguro de que una buena parte de su hacienda, cuando no toda, pasaría irremisiblemente al vientre de D. Casiano.

Había escrito a su tío para que le enterase de lo que allí acaecía en su ausencia, y no acababa de recibir contestación. Cierta mañana, por fin, almorzando solo en el comedor de la fonda, le trajo el camarero una carta. En cuanto vio el sobre se apresuró a abrirla con mano trémula.

Además, ¡con qué íntimo regocijo no decíamos a nuestras respectivas patronas al salir de casa: «Si alguien pregunta por , decirle que estoy en la redacción... ya sabe V... en la redacción!» Y la boca al proferir esta palabreja mágica se nos hacía almíbar, como cuentan que le acaecía a cierto santo cuando pronunciaba el nombre de María.

Por ella se paseaban gravemente dos o tres docenas de personas, revelando en la mirada vaga y perdida más atención a lo que en el interior de su estómago acaecía que al discurso o al paso de sus compañeros de paseo.

Cualquiera podría observar que una de las niñas, la más llena de carnes y redondita, pagaba algunas, no todas, de las miradas que Mario enfilaba en aquella dirección. Cuando esto acaecía, la joven sonreía leve y plácidamente mientras aquél hacía una mueca singular que nada tenía de sonrisa, aunque pretendía serlo.

Castro estaba tan lejos de pensar que entre aquel perseguidor desconocido y su querida mediase ninguna relación, que no advirtió el rubor. Pasó en seguida a otra cosa con indiferencia. Mas, para nuestra dama, aquel singular sacudimiento y aquel calorcillo en las mejillas fué una especie de revelación vaga de lo que en su espíritu acaecía.